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Papás de fin de semana 

Cuando los padres se separan, es común que los hijos se queden a vivir con mamá. El papá se vuelve entonces una visita reglamentada, y mientras la sociedad murmura “algo habrá hecho”, él sufre en silencio y teme convertirse en el tío de sus propios hijos, por la falta de cotidianeidad en el vínculo. Todo eso, claro, cuando se los dejan ver

Padres divorciados, los malos de la película

En el imaginario popular y en los chismes a la hora del té, suelen ser los malos de la historia. Los que se fueron a comprar cigarrillos y nunca volvieron, los que huyeron tras las plumas de una corista, los que no pasan la cuota alimenticia y hay que perseguirlos con la justicia.

 Y pocas veces aparecen en la misma novela  los otros padres separados, los que les dejan todo a su mujer y siguen manteniendo a sus hijos. Sí, me refiero a aquellos que imaginan, conciben y acunan a sus críos, les hacen el desayuno a diario, compartieron con ellos el primer día de clase y el cuento de la hora de dormir, y  de pronto cuando el matrimonio se disuelve se convierten en una visita en el hogar que construyeron, y  quizás en un tío querido para sus hijos que tal vez pronto hasta tengan otra figura masculina como padre sustituto: la nueva pareja de mamá .

Ese papá de fin de semana siente que ayudó a construir un nido y luego lo tuvo que abandonar para siempre. Y nadie se ocupa de su sentir, porque se dice que los hombres no lloran, y tal vez sea mejor así, porque algunos están tan tristes que si lloraran todos juntos se produciría un tsumani. ¿No me creen? Vayamos al principio. 

De ídolo a marginado filial  

En las épocas de mi bisabuela, los hijos eran de la mujer, que debía parirlos y criarlos, mientras el padre trabajaba todo el día, y luego  se iba a jugar al billar o al truco al bar con sus amigos,  y cuando estaban presentes,  sus críos los trataban de usted.

En los años 60 y 70 comenzaron a enseñarle al hombre que cuando su esposa quedaba encinta ambos estaban embarazados, y que él era co-protagonista en todo este proceso, y después del nacimiento también, de por vida.

Así fue que algunos varones tuvieron que hacer de tripas corazón y participar del parto ayudando a la futura mamá, y se animaron a cortar el cordón umbilical y a dar el primer bañito a sus bebés. Aprendieron a cambiar pañales, a preparar biberones y papillas y a consolar al lactante de noche, si se le ocurría llorar cada tres horas. Se animaron a susurrar el “arrorró mi nene” o despertarlos con aquella otra canción que decía que el gallo Pinto se durmió y esa mañana no cantó.

En síntesis, se dieron cuenta que ese “trabajo” era un placer que se habían perdido de disfrutar durante generaciones, y que el concepto de masculinidad había dado una vuelta de página importante y ya era hora de cambiar para bien.

Claro que también se estaba modificando el de feminidad, al mismo tiempo. Así fue que este nuevo macho humano enamorado de sus hijos y de su función paterna, que había re-significado la palabra familia, y había cicatrizado tal vez sus heridas de la infancia,  conoció una segunda y dramática lección: divorciarse de su pareja  ya no era sólo romper el vínculo con una mujer, si no que debía enfrentar un dolor mucho mayor.

¿Papá por siempre? 

Ningún film relata mejor (tal vez no haya otro) que Mrs. Doubtfire (Papá Por Siempre) el drama y el sentir de un hombre que al tener que irse del hogar familiar pues su esposa ya no lo ama más, no puede ya convivir con sus hijos, a los que adora.

En la famosa película, Robin Williams interpreta al atribulado padre que al no resignarse a la imposibilidad de ver a sus niños de manera constante, y dado que el personaje es actor, llega al extremo de caracterizarse y hacerse pasar por una señora de edad mayor, de apellido Doubtfire, para convertirse en la niñera de sus propios hijos.

Y en la vida diaria, más allá de los pormenores y matices que rodean la separación de un matrimonio, es muy común que los hijos menores continúen bajo la custodia de la madre, a la que, salvo pruebas en contrario, la ley y la cultura popular  la consideran automáticamente mejor progenitora que el varón.

“Un padre sabe, incluso antes de separarse que habrá mil momentos de la vida de sus hijos que ya no ha de presenciar ni compartir, y luego con el tiempo va notando sus bruscos cambios físicos, en la voz, cada semana o quincena, o cuando puede reencontrarse con ellos.

Sus éxitos y sus anginas serán una anécdota contada, y uno siente que de a poco se convierte en una visita, en una especie de  tío querido que de no estar presente a cada instante, teme quizás que hasta dejen de extrañarlo”  comenta SANTIAGO, 53 años, docente porteño, separado desde hace diez, con dos hijos.

Las notas de actualidad sobre estos temas generalmente se dedican a describir la delicada situación en la que se encuentran los chicos, que deben adaptarse a una nueva realidad, o se enfocan en los derechos civiles de la mujer que pueden verse vulnerados si su pareja no le aporta los alimentos obligatorios por ley.

Pero en esta historia hay un tercero excluido, y su sufrimiento ninguna cámara lo enfoca.

Hijos de padres divorciados

“No hay dudas que el vinculo se aleja, aunque sea muy bueno ese encuentro semanal, el vinculo se establece con la cotidianeidad” asegura ANDRÉS SÁNCHEZ BODAS, psicólogo clínico desde hace 33 años, docente universitario y creador de la carrera de Counseling (Consultor Psicológico) en el país. Y agrega:

“En nuestra sociedad la gente cree que la que más sufre es la mujer, o los hijos, y se olvida de que el hombre pierde el hogar, la continuidad, el estar presente mal o bien en la cotidianeidad, y en mi experiencia de terapeuta, los hombres lloran, están angustiados por tener que ver a sus hijos  una vez por semana, en una especie de visita guiada de la que luego, si no tiene un lugar propio donde alojarlos, debe devolverlos al domicilio de la madre. 

Es más, hay hombres  que demoran la separación, o directamente no se separan, aunque convivan  en condiciones deplorables de pareja, con 7 u 8 años sin vinculo sexual con su esposa,  para sostener una relación en función de no perder la convivencia con los hijos”.

Por su parte, MARIA RUTH MURAIS, psicóloga gestáltica sistémica, con 20 años de experiencia hospitalaria, parece coincidir con su colega al contar:

“Yo los veo sufrir en el consultorio, han dejado sus muebles, su casa, sus olores, sus plantas, y se tuvieron que ir porque es así su  historia, y todo eso produce duelo. Pero en la vida ¿qué es duradero?” 

Cuando el padre ni siquiera se siente tío

Cuenta Eduardo, de Villa Crespo, 3 hijos, empleado bancario: “Teníamos algunos problemas de pareja, a mi entender no muy graves. Una noche, mi esposa me dijo que me tenia que ir, me echó de casa, dijo que hablara con su abogado.

Para evitar males mayores pase la noche en casa de mis padres, al otro día  volví a casa. Al intentar ingresar me di cuenta  que había  cambiado la cerradura, no me atendía, cuando  respondió me insultó, negándose a que pueda estar con mis hijos”.

Eduardo representa otra realidad, la de los miles de papás que ni siquiera los pueden ver regularmente. JOSE MARIA BOUZA, fundador en 1988 de A.P.A.D.E.S.H.I. (Asociación de Padres Alejados de sus hijos, ver recuadro dos) asegura que:

“El separado sin posibilidad de contacto de los hijos es un caso más grave, porque hay una obstrucción en el vínculo producida por su pareja, y el padre queda marginado de la sociedad, busca trabajos informales, deja de lado todo para concentrarse en una acción judicial en la que finalmente queda atrapado, pues piensa que se va a resolver rápido y en nuestro país no es así, es como un espejismo de montaña, donde el alpinista cree ver la cima ahí nomás, cerca, y tarde descubre todo lo que le cuesta llegar, y tal vez nunca llegue.”

Para los jueces, papá no es un ídolo

JOSE MARIA BOUZA, que confiesa haber atendido él sólo ya alrededor de 15.000 padres en A.P.A.D.E.S.H.I., piensa que: “un juzgado donde se plantea una cuestión de tenencia debería evaluar quién es el más apto, no por su sexo, si no por sus condiciones psicológicas, desarrollo laboral y tiempo disponible, y sobre todo por su actitud con su pareja en cuanto a esta problemática.

Pero prefieren culturalmente beneficiar a la madre, aún pasando por alto que algunas mamás hayan tenido intentos de suicidio, internaciones psiquiátricas, o incluso, que ni siquiera desee verdaderamente hacerse cargo de los chicos”

Por su parte, LUIS MARIA ASSANEO,  fundador de APRADIM (grupo de profesionales que dicta conferencias sobre temas como Enigmas de la Virilidad, Parejas en Crisis, etc), psicólogo y docente del CENTRO DOS de atención psicológica,  y miembro adherente de la Escuela Freudiana de Buenos Aires, coincide con Bouza en que “ las leyes que dan automáticamente la tenencia de los hijos a las madres  son obsoletas; la posibilidad  maternante del padre ha evolucionado, y además antes era la mujer la que se quedaba en casa y ahora son los dos los que trabajan afuera del hogar”.

La Lic. MARIA RUTH MURAIS amplía el concepto:  “con la madre se arma un lazo en los primeros cuatro años de vida que es preciso no cortar, pero luego ambos tienen capacidad para ejercer el rol de mamá-papá o papá-mamá, y los chicos podrían elegir con quien estar”

¿Hay esperanzas, padre?

SÁNCHEZ BODAS sostiene que “las nuevas corrientes psicológicas, estas visiones humanisticas, en general miran más para adelante que para atrás, el aquí ahora, el presente, el porqué no importa tanto, me pasó lo que me pasó y ahora veamos lo que hacemos con esto.

Estas corrientes aportan la posibilidad de pensar en lo concreto, se cita a la familia, a la ex, a los chicos, se hacen reuniones familiares, no se toma la cosa de manera individualista”.

MARIA MURAIS, desde una perspectiva sistémica aconseja:

“La tendencia a lograr debe ser que la familia, producida una ruptura, recobre la homeostasis, la búsqueda de un nuevo equilibrio, todo tiende a que después de un momento de crisis todo se ordene, y al papá que se tuvo que ir, le espera un gran trabajo interno para superar este corte o quiebre,  puede ser el momento de un re-aprendizaje, pues hay papás que descubren su paternidad justamente cuando se van”.

JOSE MARIA BOUZA  sugiere que “los papás que nos quedamos sin nuestros hijos tenemos que cambiar y que preparar el nido, siendo cada vez mejores, para cuando ellos peguen el saltito y vengan con nosotros”.

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