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Memoria y edad

La edad madura es una etapa de cambios naturales que puede ser transitada con mucha calidad si sabemos manejar ciertos aspectos de la salud física, psicológica y social…

La vejez es tomada muchas veces como sinónimo de pérdida y declinación, sobre todo en las sociedades occidentales y desarrolladas, donde la juventud, la fuerza física y la competitividad son consideradas claves fundamentales del éxito y la felicidad. 

 Pero la edad madura es una etapa de cambios naturales que puede ser transitada con mucha calidad si sabemos manejar ciertos aspectos de la salud física, psicológica y social.  

Entre las funciones que se suponen más amenazadas por el paso del tiempo está la memoria.  

La memoria siempre ha sido vital para  nuestra supervivencia. 

 Los hombres primitivos nómadas necesitaban recordar donde estaban las fuentes más abundantes de caza, frutos secos y bayas, y donde podían refugiarse durante el invierno. Y quizás lo que era más importante, debían ser capaces de reconocer los rostros para saber si la figura que se aproximaba era de un amigo o de un enemigo. 

 Nuestra memoria ha evolucionado junto con otras facetas de nuestra inteligencia y cerebro.  

El cerebro de un adulto pesa normalmente entre 1000 y 1500 grs. Y tiene la consistencia de un huevo pasado por agua. 

 Sirve como centro motor y procesador de nuestras principales funciones, físicas y cognitivas, incluyendo el movimiento, el habla, el pensamiento y la percepción. Es también la fuente de la memoria. 

El constante funcionamiento del cerebro significa que necesita una gran cantidad de oxigeno para mantener vivas las neuronas. El cerebro emplea solo un 3 por ciento del peso corporal, pero utiliza el 20 por ciento de la ingestión de oxigeno. 

Volvamos a la memoria 

Para sacar el máximo rendimiento del cerebro y por lo tanto de nuestra memoria, debemos usar los dos hemisferios cerebrales en todo cuanto pensemos y hagamos.  También es cierto que a medida que sumamos años lo que cambiara es la rapidez con la que el cerebro almacena los recuerdos. Necesitamos más tiempo. 

En parte, los procesos del cerebro se vuelven más lentos cuando envejecemos porque la circulación es más lenta. Durante la vejez, el desgaste natural que nos produce la vida afecta el corazón y las arterias, de modo que la sangre oxigenada tarda más en llegar al cerebro en la cantidad necesaria para rendir al máximo.

Las neuronas son muy sensibles a la disminución del aporte de oxigeno. Y si las neuronas tienen menos energía, los niveles a los que las dendritas se excitan cuando consolidamos  o evocamos los recuerdos disminuyen. 

Dado el estereotipo que a medida que envejecemos seguro perdemos la memoria y aunque esto parezca una falacia, está comprobado que como esperamos que nuestra memoria se deteriore al envejecer, inconscientemente damos una gran importancia a los objetos o a las ocasiones que olvidamos en la vida diaria (mientras que en la juventud estos casos nos tenían sin cuidado).

Al mismo tiempo esto nos causa una gran ansiedad porque creemos que estamos volviéndonos viejos y perdiendo agilidad mental. La ansiedad reduce considerablemente el poder de la memoria, de modo que cuando nos empezamos a preocupar de que estamos envejeciendo y perdiendo la memoria, podemos acabar convirtiéndonos en un desmemoriado y así contribuimos a que se cumpla la profecía. 

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