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Principios de ikebana

Lo que debes saber antes de comenzar con el milenario arte del ikebana

1. Respetar la naturaleza, tratar de imitarla 

Una reproducción fiel de la naturaleza es imposible, por lo tanto, la armonía depende del grado de imaginación del autor. Ikebana es creación, no es copia.

2. Elección de la forma
 

El Ikebana puede muy bien compararse con las acuarelas japonesas. En estas todos los trazos son finos, hay grandes espacios en blanco, y pocos colores que armonizan fielmente.  

En Ikebana, usamos pocas ramas que son como líneas, grandes espacios en blanco y procuramos emplear asimismo pocos colores. 

Unidas esas ramas, el arreglo floral cobra volumen y los distintos planos que van conformando cada una de las líneas, le dan profundidad.  

Así como en la composición de un cuadro el artista busca que todos los factores que lo componen mantengan en equilibrio, también en Ikebana buscamos oponer a una pequeña masa de color fuerte, una gran masa de color claro o bien la equilibramos con un amplio espacio libre de ramas. 

En Ikebana, como en el dibujo, el artista expone su pensamiento, vuelca su yo. Se debe estudiar el ambiente a decorar, no solo en lo que respecta a muebles y cortinados sino al clima espiritual que se desea sugerir.  

Para grandes reuniones, mazos imponentes de grandes ramas—floridas o no –; no es tanta la importancia de la flor en si como la gravitación de la línea dada por la rama. Para rincones quietos, la calma, la sobriedad de un arreglo perfectamente equilibrado, la mística verticalidad para decorar un altar o un rincón de retiro, la coqueta y diáfana composición para una habitación familiar.  

Evidentemente, toda composición horizontal nos sugiere una idea de paz y tranquilidad: las ramas oblicuas nos sugieren dinamismo, fuerza, movimiento. Y toda rama colocada verticalmente comunica el arreglo unas sensación de dignidad y sublime misticismo. 

La combinación de estos tres movimientos, lejos de anularse, refuerzan su significado. 

3. Elección del color 

Primitivamente se usaban mucho las ramas y hojas, razón por la cual prevalecía el color verde. Con la introducción de las flores, se hizo necesaria la selección de colores. 

En primer lugar ha de considerarse si el ambiente a decorar será oscuro o estará bien iluminado. Recordaremos que el blanco, el gris y el negro reflejan en mayor o menos grado de luz. Por lo tanto en habitaciones no muy bien iluminadas conviene utilizar decoraciones en las que  predomine el blanco, que es el que refleja toda la luz que recibe.  

En las habitaciones bien iluminadas, podemos permitirnos el uso de cualquier color, pero hay que recordar algunos principios elementales de color, para no incurrir en errores de combinación. 

Sabemos que hay tres colores primarios que son: el rojo, el amarillo y el azul. Mezclando los colores primarios, se obtienen los llamados colores secundarios, que son el anaranjado (rojo – amarillo), verde (amarillo-azul) y violeta (rojo-azul).  

Cada uno de los colores primarios, es complementario del color formado por los otros dos primarios. Es decir que: El amarillo es complementario  del violeta, el rojo es complementario del verde y el azul es complementario del anaranjado.  

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