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Dime que animalito tienes….

¡Y te diré quién eres! ¿Será cierto que cada persona, como si fuera un dios pagano, elige una mascota a su imagen y semejanza? ¿Ellas evidencian nuestra forma de ser?



Los antiguos emperadores, por ejemplo, se hacían acompañar por elefantes y
grandes felinos, y no faltó alguna reina célebre que caminara abrazada por su
serpiente preferida.

 



Si los bichos que nos acompañan son discretos embajadores de nuestra
personalidad, tendremos que caer en prejuicios y pensar que quizás el
Yorkshire
es el perro de las estrellas, porque se trata de un can muy
temperamental al que le gusta ser el centro de atención de todas las reuniones,
y en cambio el gato siamés, que es fino, místico, y que parece decirnos siempre:
“yo vivo como quiero y usted como puede” tendría que ser el ideal compañero de
las diseñadoras de moda y los gays.

 



Siguiendo esta ecuación antojadiza, ¿se habrá apoderado de un símbolo fálico la
gordita que compró un “salchicha”,y se deberá a que anda buscando novio
urgente?. Imaginemos, entonces, prepotente, agresivo y disimuladamente déspota
al poseedor de un Bull-Dog o de un Dogo Argentino, y desconfiado, asustadizo, al
que se lleva a vivir consigo a un pastor alemán o a un Doberman.

 



Vanidosa parecerá la que pasea un siberiano, mientras que seguramente es una
pachorrienta soñadora la feliz propietaria de un Basset-Hound ( alias “Batata”
), y solidaria permanente la que mantiene a un San Bernardo como su mejor
amigo.

 



En tren de inventar es factible creer que el que cría un conejo es gentil y
apasionado, y creativa y sensible la que protege un erizo. Y el que camina con
una iguana al hombro…. no lo duden, lo hace para levantarse minas, y ese
reptil es su jefe de relaciones públicas.

 



Contemplativos y meditabundos invierten en pequeños acuarios, y gente colorida
y bullanguera prefiere los tucanes y los loros. Los chicos juegan con tortugas,
ranas y hamsters, y los ancianos les cuentan su vida a los canarios. Y mi
abuela tenía una gallina llamada Susy que cuando se portaba mal ella la ponía en
penitencia contra la pared y se quedaba quieta.

 



En el campo hay familias que se encariñan con un pato, y nunca faltan relatos de
algún gaucho piropeador de ovejas.

 



Ahora bien, a todos estos humanos los une una sola cosa: el impresionante
marketing que se ha generado alrededor de estas dulces bestiezuelas.

 



Antes estas criaturitas comían las sobras del almuerzo humano, hoy se les ofrece
alimentos balanceados, pensionados de vacaciones, anticonceptivos, ropa y
cuchas
especiales, paseadores y peluqueros, centros de belleza, golosinas,
juguetes, psicología y homeopatía.

 



Finalmente nos queda una última clase de “amos virtuales”. Me refiero a los
que interaccionan con los tamagochis, y los personajes animados con
páginas web propia.

 



¿Pensás que están locos? No los critiquemos, al menos ellos no tienen seres
vivos en cautiverio para amortiguar la soledad.

 

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