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La historia del turismo (I)

Trataré de narrar una versión muy particular y amena – así lo espero – sobre “La Historia del Turismo”. Esto es, quienes fueron sus presuntos iniciadores, según los rastros que han ido dejando, y quienes imitaron sus peculiares andanzas.

Desde
Bariloche
Escribe Juan Isidro González

A MANERA DE INTRODUCCION

Por supuesto,
como sostiene el dicho, “no son todos los que están ni
están todos los que han sido”
. Aludo
solo a algunos personajes que, desde ángulos y "profesiones"
diferentes, sumaron esfuerzos en la materia transformándose en propulsores de una de las más pujantes industrias del orbe, menos
para la Argentina
, como es lógico.

Si bien es cierto que mucha de esa gente
no hizo lo que se dice turismo-turismo, consideré que sus correrías por el
globo podrían encasillarse en ese “metier”,
aunque parecerán como traídas de los pelos. Muchos no son santos de mi devoción,
como quedará explícito e implícito. Y con toda honestidad destaco sus andares
de puro perverso que soy.

Se cae de maduro que es una excusa para poner en
evidencia la verdadera dimensión de
sus actos… para nada derechos ni
humanos
; actos realmente malignos y dañinos que no fueron mal visto por los
historiadores, quienes prefirieron justificar, disfrazar o decididamente
esconder sus maldades antes que ser cultores de la verdad. Uno de esos malandrines
llegó a ser presidente de la Argentina.

Tiene un monumento encuestre en Buenos
Aires y otro en el Centro Cívico de Bariloche, lugar
desde el que se lo busca desalojar
a toda costa porque lo consideran “persona no grata”.

Aguardo los
palazos de los historiadores, que seguramente me caerán.
J.I.G.

ACTO I: La verdad histórica no admite disimulos.

Algunos estudiosos sostienen que Marco
Polo,
en el Siglo XIII de nuestra era, fue quien “inventó” el Turismo. Otros, más informados, le adjudicaron a Herodoto,
490 años a.C., haber sido el primero en hacer “trekking”,
cayado en mano… y callos en los pies.

Era un mundo “pequeño” por entonces, pero lleno de cosas que realmente lo
sorprendieron y lo llevaron a escribir un “libro”
en el que expuso vidas y milagros de su largo trajinar. Como dijo Víctor
Hugo
varios siglos más tarde, "viajar
es nacer y morir a cada paso".

Las célebres “Cruzadas”, organizadas por los señores feudales y
reyes europeos entre 1096 y 1292, para “rescatar”
los Santos Lugares en Palestinas y buscar el Santo Graal (inciertamente grial),
fueron notables “tours” que les
permitió introducir la alternativa de las competencias de caza… pero de
infieles (o infelices), un “divertimento”
que a muchos musulmanes – una suerte de kelpers
medievales – les quitó jaquecas y migrañas: perdieron sus cabezas, producto de
certeros mandobles asestados por avezados jinetes.

Algunos cronistas, afectos a
la barbarie y a la exageración, afirmaron que, cabeza va cabeza viene, el polo
y el pato tuvieron su inicio en esta… descabellada práctica.

También los vikingos fueron impenitentes viajeros y eximios navegantes. A ellos se les adjudica, gracias el empeño puesto de manifiesto por Eric
el Rojo,
haber sido los primeros en pisar la tierra que después sería
conocida como América. Por lo menos así lo convalidan algunos descubrimientos
arqueológicos en territorio norteamericano.

 España,
considerada insólitamente como nuestra "Madre
Patria"
(los yanquis no le
asignan tal calificativo a Gran Bretaña) fue
cuna del
Turismo Receptivo”:
fenicios, griegos, cartagineses y romanos, fueron sus más asiduos visitantes.

La zona les era sumamente propicia en todo sentido, ya que contaba con un clima
agradable, sobraban los recursos naturales de las más variadas especies y los
territorios se adaptaban para el asentamiento de sus viviendas bien defendidas.
La península era lo mejor de lo mejor.

Tampoco podemos echar en el olvido los diversos "tours" que
organizaron los vándalos, suelos, alanos, algún que otro pueblo germánico, y especialmente los visigodos.

Ellos quisieron conocer y establecerse en
la región ibérica cuando llegaron
a sus oídos noticias sobre las bondades de ese sector continental. Y las frecuentes disputas por el mejor espacio dejaban un
tendal de turistas y agentes receptores… bajo tierra.

Los
musulmanes fueron los últimos en entrar por la puerta grande y, luego de
aportar espléndidas y notables construcciones
para asombro y solaz de residentes y turistas, salieron por la puerta chica
impelidos por un muerto montado en brioso corcel.

Ruy
Díaz de Vivar
, el Cid para los íntimos, había realizado su última hazaña.
Sin embargo algunos se quedaron hasta que Doña Isabel dijo “muchachos, no va más”.

Los gallegos (calificativo con que hoy identificamos a cualquier español),
tiempo más tarde, y ya bastante apiolados, se cansaron de ser los hijos de la
pavota y aprovecharon la dura experiencia recogida a través del Turismo Receptivo.

Muy pronto se les despertó el ansia de repetir
en otras latitudes la enseñanzas – el mal ejemplo cundió – que adquirieron
después de tantos y disímiles
visitantes. Además, de puro cabrones, se la agarraron con los judíos, que solo
querían vivir y trabajar en paz.

 Así las
cosas, cuando Cristóbal Colón
cristalizó la primera E.V.T.
(Empresa de Viajes y Turismo), encontró el más amplio apoyo de los Reyes Católicos,
que gracias a una "vaca"
liderada por doña Isabel, logró
constituir la agencia y poner en marcha el operativo bajo el slogan:
“A las Indias por otro camino”. Debido
al éxito alcanzado a lo largo de sus cuatro viajes, don
Cristóbal
pronto fue imitado por otros promotores de viajes que lograron
abrir nuevas rutas turísticas.

Entre ellos se destacan Fernando de Magallanes, Juan
Díaz de Solís
, Juan Sebastián
Elcano, Vasco Núñez de Balboa,
Pedro
de Mendoza
o Juan de Garay. También Portugal se lanzó a la búsqueda de nuevos horizontes comerciales
y turísticos de la mano de Vasco da Gama
y
Alvarez Cabral.

A
Don Mendoza se le atribuye erróneamente
la primera fundación de Buenos Aires, tema interesante y esclarecedor del que
hablaré en su momento. Hasta nuestro días se mantiene esa falacia fundacional, fácil de refutar y que empecinadamente no se quiere esclarecer.

 Pero
existieron pícaros aventureros que
tenían en mente otros negros e insanos propósitos. Hombres con un accionar
realmente siniestro y depravado: Hernán
Cortés
y Francisco Pizarro,
considerados por la historia como dos “grandes tipos”, pero que resultaron
un par de reverendos “son of a bitch”.

Descriptos
como "patriotas honestos y desinteresados", se desvivieron por viajar para conocer, disfrutar y dedicarse coleccionar todo aquel “souvenir”
que aumentara sus peculios – y el del joven rey Carlos, inútil como oreja
e’sordo -, aunque más no fuera despanzurrando civilizados aztecas e incas…
por un puñado de oro.

Su ignorancia los llevó a creer que podían aportarles
conocimientos y educación a los "kelpers"
americanos. Si los Aztecas, Mayas e Incas, con sus inefables civilizaciones,
hubieran descubierto la pólvora, otro habría sido el cantar…

El polvo negro
que portaban los “turistas” logró
doblegarlos, para desgracia de miles de inocentes. Las armas de fuego y las
distintas pestes que padecía la soldadesca -sífiles, tuberculosis, viruela,
etc. – y que le transmitieron a
aborígenes, impolutos en materia sanitaria, lograron ir acabándolos de a poco.

 A Pizarro, un analfabestia que firmaba con una equis, se le fue un poco la mano, de puro
vil y ambicioso. Y finalmente quedó radicado definitivamente en América –
cuatro metro bajo tierra – por obra y gracia de sus propios conciudadanos,
hartos de sus incumplimientos contractuales.

La "hazaña"
más notable – la gema que arruinó la corona – fue cuando pidió un fuerte
rescate por liberar al Inca Atahualpa. Logró cobrar la mosca loca traducida en joyas, oro, etc. Pero evidenció
su falta de palabra: igual ”descajetó" al pobre Atahualpa.

El chantún
de Pizarro pretendió justificar ese castigo aduciendo que el Inca había ordenado matar a su hermano, pero nadie se lo creyó, Y mucho
menos quienes lo hicieron viajar al infierno… con boleto de ida. En verdad, Pizarro,
además de ladrón y asesino, había traicionado sin miramientos a sus propios
compinches.

Hernán Cortés, más piola pero no
menos canalla, y a pesar de la histórica fanfarronada de quemar de sus naves
para no quedar solo, logró regresar a España con vida con el cuerpo entero
para disfrutar de sus sangrientos bienes, colectados en la desbastada civilización
azteca.

Pero debemos señalar un punto trascedente en la vida de este viajero
que, como un emulo Atila, solo dejó
a su paso muerte y desolación.

Tiempo atrás
había vivido en Cuba, casado con una mujer histérica y sumamente celosa. A Cortés
lo tenía sin cuidado el "que dirán", y mucho menos lo que
pudiera pensar su mujer con más astas que un ciervo. La vigorosa mujer tampoco
era trigo limpio, pero hacía las cosas con mayor recato.

Cierta velada, y a raíz
de un problema entre el picaflor y una damisela, la mujer de Cortés
armó un escándalo de órdago, y tiro con fiereza del mantel que cubría la
extensa y bien servida mesa, con repujada platería, cristalería finamente
tallada, lujosos utensilios, ricos manjares
y, lo más doloroso, variados licores listos para ser escanciados. La mesa quedó
pelada como la cabeza del capitán Jean-Luc
Picard.

La histérica matrona, ante la mirada de los comensales, que se
lamentaban más por la pérdida de tanto comestible y bebestible, ascendió al
piso superior donde estaba su recámara, seguida por un iracundo y enfurecido Cortés, cuya
actitud dejaba de ser muy poco cortés
a raíz de las palabrotas y amenazas que profería.

Resultado, la harpía casada con don
Hernán
apareció muerta al día siguiente. Nunca se logró determinar a
ciencia cierta el motivo de su
deceso, que "fue profundamente
investigado".
El dictamen final de la justicia fue "muerte
por causas naturales",
y
apelaron a un presunto mal congénito familiar.

La cosa concluyó con la
discreta – e históricamente trágica – salida
del viudo Cortés hacia México en
plan de abrir nuevos caminos para el Turismo español. Fue una suerte para los
españoles cubaños y una verdadera desgracia para los Aztecas. El hombre era verdaderamente primo hermano de Lucifer.

Para no hacerla
más lunga, y después de las tropelías cometidas en territorio mexicano, se dice que los últimos años que Hernán
Cortés
transcurrió en la península española, fueron para él harto difíciles.
De una u otra manera, las maldades se pagan en vida y con creces.

Se vio
comprometido bajo un tonelaje de pleitos y con la constante amenaza del jamás
concluido “juicio de residencia”. Murió a los 62 pirulos, sobrepasando
notoriamente las expectativas de vida del siglo XVI, acosado por los fantasmas
de sus víctimas (esto lo pongo porque tiene sentido de poseía trágica).

 Tal como
viajó en vida, Cortés lo hizo después
de muerto. Tuvo cuatro alojamientos precarios y uno definitivo. Actualmente está
emparedado en un nicho situado en un muro lateral del Evangelio y transformó el
lugar en un punto de encuentro turístico…

Muchos mejicanos lo visitan… para putearlo. Lo que más lamentan es que los "graffitis"
están prohibidos. Con las cosas
que tienen para decir sobre él, ni la extensión de la Muralla China habría
sido apropiada.

(Continuará)