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Niñitas de Catamarca

No estaba desafinado; sus notas eran la contradicción del paisaje de la calle. Era como si una brisa cruzara mi sentimiento, discutiendo a lo seco y tórrido del clima de la tarde…

El
clima me venció antes de comenzar a luchar. Porteño y blando. Era Chopin en un
pueblo de Catamarca, eran las cuatro de la tarde, era en Chumbicha.

El
balcón colonial se asomaba sobre la vereda de piedras, con bordes sobre la
polvorienta calle.

Era
verano y desde su amplio hueco las notas se desbordaban en los respetuosos
silencio de los vecinos. Al llegar, vi a un grupo de pequeñitas, con sus tutú
impecables y sus zapatillas usadas y limpias de tan queridas y bien guardadas
todos los días.

Los
rostritos maquillados no soportaban el calor del esfuerzo. Se corrían como lágrimas
negras en la pulcritud de las almitas. Si, vencían el de la tarde, por la
dedicación de las mamitas.

Una barra que se sostenía sobre la pared
descascarada servía de guía a las pequeñas manos de esos serios y dedicados
trazos infantiles, en el esfuerzo por alcanzar la perfección que una madura
docente trataba de imponer con certeza ante las mamás que tejían en sillas de
mimbre acostadas en la penumbra de una de las paredes.

Arriba!!!,
Abajo!!!, otra vez…Así, muy bien!!. Arriba!!!, Abajo!!!, a ver, otra
vez….El piano afinado, Chopin, Chumbicha, -Capital de la Mandarina- Catamarca,
más allá de la California mormona, viniendo por la ruta desde San Fernando del
Valle. Niñas que tienen en su rostro las gotas del esfuerzo y en sus miradas la
réplica de las esperanzas de sus mamás.

Allá,
muy lejos, allá hace mucho, desde allá me sigue llegando hasta hoy muy cerca.
Niñitas y mamitas de mi patria, vuestros sueños no decaen.

Y me mantienen un
poco más puro cuando el recuerdo se impone finalmente a mi espera. Soñaban. Soñaban
con un escenario con figuras esbeltas y plásticas. Soñaban con el aplauso que
les alimenta el alma hasta no llegar nunca a la saciedad.

Siempre
será necesaria otra función, otro nuevo escenario, otro público y otras y más
palmas que nutran sus tiernos y eternos sueños. Soñaban. Con luces de colores
y los murmullos de la gente entusiasmada. Soñaban. Con la música y sus
primeros acordes que llaman a la posición inicial correcta. Soñaban.

Con la búsqueda
de esa perfección, allá en Catamarca. Soñaban. Con el ruego de que sea
escuchado el grito del silencio que reclama lo perfecto del espíritu de Chopin.
Soñaban, las niñitas catamarqueñas y sus mamás y la esforzada maestra que
con cada clase clausuraba por dos horas los recuerdos de iguales sueños de hacía
muchos años.

Allí,
en Chumbicha; donde en el fondo de la calle un manantial esta celoso de Chopin y
su voz trata de igualarlo en los largos silencios del costado del cerro.
Mamitas, Maestra viejecita, no cierren los pianos. No dejen de intentarlo. Mamás,
planchen los tutús, lleven a sus hijitas de la mano en esas cálidas tardes a
esa vieja casa.

Allí una maestra que supo soñar bien persiste. No la hagan
esperar. Cuando ustedes regresan, esa maestra ya aprendió a ahogar su llanto.

Lo aprendió con los largos años de un solo y largo sueño por un escenario
hermoso, enfrentado a un publico entusiasmado y un chiquito que, en la entrada,
vende un chipá y espía el espectáculo soñando y preguntando: Señor, me deja
pasar?.

Mamitas
de mi Patria, una lágrima moja mi cara. Es, es… que estoy soñando!!!.A ver!.
Otra vez, ahora todos juntos: ….
Arriba,….Abajo….Arriba…Abajo……!!!..El piano suena hermoso…..Todavía
hay espacio. Todavía estamos esperándolas. Siempre estaremos esperándolas. Tu
eres la universidad, lo totalizador de mi pueblo.HOY.

PD:
En Chumbicha no hay bancos. Todas las cacerolas siguen en la cocina. También…,
también hay hambre que se cuela por esos sueños lastimando almitas. Y por los
de millones silenciosos argentinos. Hoy sonreí, cuando una voz humana me hizo
recordar ese sueño que siempre vuelve, aún en las noches frías. Y entierro al
fenicio que siempre pugna por volver a mi.

Gracias,
niñitas de Catamarca.

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