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Cosas que pueden pasar cuando una mujer bloguea

Lo que ocurre cuando una mujer rompe el “techo de cristal” digital…


Consecuencias derivadas de que una mujer ande blogueando


Como soy un bicho de la comunicación, como bien dijo otra bloguera por ahí, yo
digo, pienso y ejerzo la comunicación.  Me comunico, comunico y luego existo 
(perdón Descartes, pero se pueden hacer muchas adaptaciones libres a tu frase de
cabecera que instauró una filosófica manera de pensar, entre otras cosas).

Además esto de escribir produce resultados tangenciales muy beneficiosos para
muchos. En la primera línea del frente congraciado, con esta nueva actividad
mía, se hallan mis hijos  y mi
gato, porque y esto es más o menos colectivo.

Le pasa a muchas mujeres. ¿Quién no ha aporreado el teclado o ahorcado a la
lapicera, sublimando las ganas de hacer lo propio con un cuello apetecible cuyo
dueño/a se ha mandado recientemente la macana del siglo delante de nuestras
propias narices?

Hay quien me dijo: escribo para no llorar, cansada de que sus
ojos sean una canilla incontrolable.  Además, claro que coincido con la máxima
de la  vedette argentina Moria  Casan cuando dice: si querés llorar, llora; pero también, y si, soy
insistente, podemos crear el lema: si querés reir, reí. 

Porque creo que a
todos, además de hacernos falta el besarnos más, nos hace falta la
risa o la
sonrisa, para no andar tan avinagrados por ahí ni andar contagiando tanta mala
onda por ahí, y porque es altamente divertido.

Entre otras cosas para
escuchar mis pensamientos. (Frase robada a mi amiga del alma, que todavía me
corre reclamando sus derechos de autor que en algún momento noble yo misma le
prometí), y para desasnar a unos cuantos que piensan
que solo se puede ser madre tiempo completo y con eso alcanza y sobra.

Cómo
el movimiento se demuestra andando, como diría el cómico argentino Carlitos Balá, pues andemos. Digo, perdón Balá, bloguemos.


Cosas que pueden pasar cuando una mujer bloguea


Un codazo de la hermana mayor al menor, hace frenar a este último en seco. Le
hace interrumpir el mamáaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa, o en su defecto el
maaaaaaaaaaaaaaaaaaa, que siempre va adosado a él por todos lados.

El otro,
frena con sus piecitos y mira atónito primero, a la hermana que le acertó
semejante codazo y después  a la madre, estrábica, frente al monitor de la p.c. con cara de: “ser o no ser”  o de estar
hablándole a las musas, para que la inspiren y pueda llenar el imaginario
renglón en blanco, que el cursor parpadeante insiste en resaltar. 


La hermana
por su parte, entra en más acción todavía. Pone cara de negociadora, ya que ve
en mí y en su hermano a futuros potenciales clientes. 

Su servicio para
conmigo,  consistiría en que yo delegue en ella, necesidades irrelevantes y
caprichos varios de su hermano y  su hermano como cliente,  reportaría la
necesidad y el servicio de contentarlo para que deje a la madre, escriba en
paz;  al menos por una fracción sustentosa de segundos.

Algo así como lo que
dura el blogueo. Después negocia los términos del contrato familiar, no son
excluyentes las especias, que pueden considerarse como servicios extras.

Chat
para ella, teléfono fijo para ella y celular liberado.  (Nunca es vasta la
tecnología para comunicarse con todos sus amigos/as, amigovios, y etc.).

Cerrado el documento, tácito e implícito, de los menores que implican un minuto
de silencio para mi paz, aquí me dispongo a postear.  Ánimo mujeres blogueras
que volveremos y seremos millones.


Por Mónica Beatriz Gervasoni

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¿Por qué las
mujeres bloguean menos que los hombres?

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