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Juicio de filiación y derecho a la identidad

A lo largo de 24 años de carrera profesional, ante la consulta de mujeres solas que tienen un hijo cuyo padre no lo reconoció voluntariamente, me cuestioné si era bueno o no hacerles un juicio de filiación, es decir, obtener una sentencia que diga que ese señor es el padre. Aquí la respuesta…

La primer reacción de una mujer que fue abandonada por el hombre con quien gestó a su hijo, es decir que el hijo será de ella sola, que si a él no le interesa, que desaparezca del mundo y que no venga a reclamar derechos sobre el niño.

Muchas piensan que sería mejor casarse con otro hombre y que éste reconozca a ese hijo como propio, lo cual es bastante frecuente, ya que en los hechos, el marido de la madre va a actuar como la figura paterna del chitos casos, pocos son los que lo hacen en forma legal, adoptando al hijo del cónyuge, sino directamente reconociéndolo como hijo propio y muchas veces ocultándoselo al hijo, que se cree hijo biológico de ese hombre y no lo es.

Sin embargo, no estoy tan segura de que esto sea lo mejor, porque se está violando el derecho a la identidad del menor, que necesita saber hijo de quién es y si los adultos deciden por él otra cosa, llegará un momento de su vida donde él mismo querrá buscar a su padre y saber quién es, cómo es, por qué no se hizo cargo de él, si tiene hermanos, si tiene abuelos.

 Me pregunté varias veces si un padre que niega su paternidad y ésta es probada judicialmente mediante el examen de ADN, o más frecuentemente, inferida a raíz de su negativa a hacerse ese análisis (lo que jurisprudencialmente se interpreta en su contra, como presunción de que efectivamente es el padre), podría en el futuro ejercer eficientemente el rol de padre, además de darle una identidad al hijo en cuanto al apellido.

  Mis clientas generalmente apuestan a que no y cuando se deciden a hacer un juicio de filiación lo hacen sólo por necesidad económica, para poder exigirles alimentos a favor del hijo. 

“Le quiero pegar donde más le duele”, me dicen: “en el bolsillo”. Hijo reconocido, padre obligado a pagar alimentos y además, hijo legitimado a convertirse en potencial heredero de su padre.

Pero ¿qué pasa con los vínculos?

El recuerdo de un caso que tuve hace muchos años y el seguimiento hecho hasta la actualidad de ese caso, me lleva a responderme (y todas mis respuestas en estos temas son provisorias: hasta que los hechos me demuestren lo contrario), que es positivo para el hijo que su madre luche para que de alguna manera él tenga una identidad real y un padre (también real: tal vez no el mejor padre, pero sí “su” padre).

Por supuesto que me estoy refiriendo a padres que no se hicieron cargo legal o afectivamente de su hijo, pero no a aquellos que han cometido actos de violencia o abuso sobre ellos.

Voy a contar un caso que atendí hace muchos años, de recién recibida, cuando todavía no era mediadora, ni psicóloga social, sino simplemente una  flamante abogada.

Un vecinito mío, de 7 años, era hijo de madre soltera. Ninguna adolescente engañada por un adulto. Una mujer soltera de  40 años, correntina, que había mantenido una larguísima relación con un señor también soltero, de 50 años , italiano.

Ella era muy humilde (trabajaba de mucama en un hospital). El tenía un buen patrimonio, pero pertenecía a una familia italiana donde todo estaba muy mezclado. Hijos adultos hacían un fondo común con su dinero y patrimonio conjuntamente con la madre, que ejercía un fuerte matriarcado en la familia.

Como dije, ambos eran solteros. No había impedimento ni para casarse ni para vivir juntos. El nene era el único hijo de ambos y no producto de una aventura fugaz, sino de una relación estable, pero sin convivencia.

Al nacer el hijo el padre se negó a reconocerlo “porque sería un escándalo en su familia”. Sin embargo lo visitaba, continuaba la relación con la madre del hijo “a escondidas de su familia de origen”, le pagaba el alquiler de la casa donde vivían y les llevaba comida. Un buen día, una discusión los separa y adiós visitas, adiós alquiler, adiós comida…

La madre del hijo me viene a ver, pidiéndome que inicie un juicio de filiación, ya que no sólo que este hombre era el padre sino que en los hechos había actuado como tal (me traía fotos del bautismos donde ambos estaban sentados con el chico), fotos de ellos en Mar del Plata, etc. Viejos certificados a plazo fijo orden recíproca entre los dos.

Como ya antes de ser mediadora siempre intenté evitar el litigio, le mandé una carta a este hombre, lo cité a una entrevista y lo invité gentilmente a reconocer  voluntariamente a su hijo.

Como tenía mayor poder adquisitivo que mi clienta, me ofreció dinero a cambio de que no le hiciera juicio. Lo eché del Estudio y como solemos decir los abogados cuando rompemos lanzas, terminé con un:  “nos vemos en Tribunales”.

El apostaba a que ella no pudiera pagar mis honorarios y que me tentaría con su propuesta económica antiética.

Lo comentó entre las hermanas (que sí sabían de la existencia del sobrino, aunque no lo conocían) y vinieron a amenazarme fuertemente, si yo me atrevía a iniciar ese juicio. Corté el diálogo extrajudicial e inicié la demanda.

Ante tanta prueba fotográfica, el abogado del hombre le aconsejo – con buen criterio – a su cliente que se allane a la demanda, porque el juicio se perdería.

Mientras corría el plazo para contestar la demanda, aprovechó para despatrimoniarse, poniendo todos sus bienes inmuebles a nombre de un hermano, simulando habérselos vendido y para disimular que se trataba de una venta ficticia, hizo figurar como precio valores reales de las propiedades.

Más presionado por su propio abogado que convencido, el último día que tenía para presentar la contestación de demanda y fuera de hora (es decir, ya vencido) se allanó y el expediente quedó en condiciones dictar sentencia, sin necesidad de abrirlo a prueba (ADN, etc.).

Obviamente, al día siguiente tenía en su contra un juicio de alimentos. La despatrimoniacion habia sido tan evidente y grosera, que también le gané ese juicio logrando que el juez fije una cuota de alimentos tan alta que era imposible de pagar.

Porque el razonamiento que hizo el Juzgado fue el siguiente: “Muy bien, señor, Ud. no tiene patrimonio, pero acaba de vender todo esto a tal precio. Si Ud. pone semejante cantidad de dinero en el banco, le da tanto de interés. Con eso Ud. puede pagarle tanto a su hijo” (y eran tiempos de inflación, donde un plazo fijo daba una altísima tasa de interés).

Como las ventas era simuladas, lo cierto era que esa cuota era mucho más elevada que las expectativas de mi clienta y las posibilidad reales de él de pagarla, así que posteriormente, nos sentamos a negociar una cuota posible, una cuota pagable.

 Como verán, al principio era pura resistencia. Sin embargo los años pasaron, el niño se hizo adolescente y rebelde, muy rebelde, inmanejable para la madre, que a su vez se estaba quedando casi ciega.

Y ahí ella le pidió ayuda al padre de su hijo  y contó con él. Tardó años él en animarse a decirle a su madre que tenía un hijo por temor al reproche familiar (y les recuerdo que era un hombre más que adulto).

Cuando todo salió a la luz, tíos, abuelos y primos recibieron con todo amor en la familia a Roberto, que no sólo recuperó a un padre que se puso a disposición para lo que se necesitara ante la crisis que atravesaba el hijo, sino que permitió que se incorpore al grupo familiar paterno.

Comenzó a compartir fiestas de cumpleaños con los primos, casamientos, domingos en lo de la abuela y llegó un momento donde el padre tuvo por un tiempo la tenencia, a pedido de la madre, que no podía más sola con su hijo iniciado ya en la delincuencia y la droga, habiendo llegado al punto de golpear a la madre.

Este padre comenzó a cumplir su función paterna. Le compró el departamento que alquilaban para que tuvieran vivienda segura, comenzó a ponerle los límites que la madre no podía ponerle, hizo todo lo posible para que retomara los estudios y finalmente, le propuso trabajar con él.

Y lo más importante,  le permitió contar con todo un grupo familiar que antes no tenía, al cual permitieron ingresar también a la madre de Roberto, que ahora se refiere a las hermanas del padre de su hijo como “mis cuñadas”.

Para María, yo ocupaba un lugar muy importante, ya que era quien le había facilitado lo que ella sola no había podido conseguir y respetaba mis opiniones como si fueran las de un sabio.

Así que cada tantos años, recibía un llamado telefónico contándome cómo iba su vida y la de su hijo. Nada fácil, por cierto.

Ha transitado momentos dificilísimos, tanto en lo económico como en lo vincular con su hijo. Nunca se casó con este hombre, que sigue soltero y viviendo con su anciana madre, pero el hijo tiene madre y padre, tíos, abuelos, primos compinches con quien salir y se siente bien recibido por la familia paterna, después de tanta negación a conocerlo y reconocerlo como de la familia.

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