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Subtítulos, doblajes y malas palabras bajo la lupa

Fontantarrosa en el Congreso Internacional de la Lengua

Uno de los paneles de la sección III que despertó más entusiasmo entre sus
muchos asistentes fue el titulado: “El español de los textos cinematográficos:
filmes y doblajes, series y telenovelas del mundo hispánico”, en el que
intervinieron el cineasta argentino Carlos Sorín, el director del Instituto de
Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) de Argentina, Jorge Coscia, y el investigador
de la Universidad de Buenos Aires Eduardo Romano.

El panel estuvo presidido por el director de la Academia Cubana de la Lengua,
Lisandro Otero, y coordinado por el guionista y director de teatro mexicano
Miguel Sabido, que se mostró muy activo en su función.

En primer lugar, Coscia cuestionó el español neutro de los doblajes. Tras
aclarar que “hay doblajes buenos y malos”, consideró que –sin duda– existe una
pérdida “a veces irremediable” en los subtitulados y doblajes, lo que constituye
“un dilema sin resolver”.

Como ejemplo, citó la obra de Whitman, cuyos matices
se pierden cuando se lo lee en español. El funcionario del INCAA remarcó también
la idea de que “sólo una sociedad con relato propio puede intermediar el
lenguaje ajeno”.

A continuación, Romano describió minuciosamente cuál es la lengua que se habla
hoy en el cine y la televisión en el mundo hispánico, recurriendo para ello a
numerosas citas ilustrativas. “Tal vez los modos de representación en el cine
estén cambiando” –arriesgó.

Al caracterizar al discurso fílmico actual, sostuvo
que “se origina en una serie compleja de visiones autónomas de distintos
directores, que están unidas, a su vez, por una imagen de época”. En relación
con la pantalla chica, destacó que en la actualidad “abundan las tele-comedias
conciliadoras” y consideró que “el palimpsesto televisivo tiende a
homogeneizar”.

En último lugar, precediendo el momento de las preguntas del público –muchas de
las cuales le estuvieron dirigidas– un entusiasmado Sorín confesó que su
presentación en el III Congreso fue una “audacia” a la que se atrevió.

La
perspectiva adoptada en su exposición fue más amplia de lo que proponía el
título de la mesa: buscó dar cuenta de la “siempre conflictiva relación entre
literatura y cine; entre palabra e imagen”. “La palabra «evoca» más que la
imagen y ese es su fuerte” –aseveró.

Sin olvidar su profesión, se explayó al explicar la importancia del guión
cinematográfico, para concluir diciendo: “prefiero un cine donde la palabra
oculte más que refleje; refiera más que explique”.

Sobre cuál es el “lenguaje
esencial del cine” aseguró que “es el de los gestos, que valen más que mil
palabras”. Y dejó la magia suspendida sobre el auditorio cuando afirmó que “no
hay fórmulas” para tener éxito y saber cuándo un guión va a “pegar” en el
público.

Como para distender un poco el clima académico, allí estaba nuestro inefable
Fontanarrosa.

Mientras el resto de los académicos de la mesa vestía trajes
oscuros y corbatas, él se presentó con una camisa entreabierta que lo hacía
lucir muy… como él es.

–Lo que es no conocer esta ciudad. Bellas mujeres y buen fútbol, ¿qué más puede
ambicionar un intelectual? –se jactó Fontanarrosa al iniciar su atípico y
delicioso “aporte irregular al lenguaje y al Congreso”, en el que bregó por una
amnistía para las “malas palabras”.

Vinculando el tema con el título de la sección, evocó el intercambio verbal oído
en partidos de fútbol internacionales, donde se grita “comegatos”, un “rosarinismo”,observó.

–¿Por qué son malas las malas palabras? –quiso saber, sin proponer una defensa
“quijotesca” de las malas palabras–. ¿Son de mala calidad? ¿Les pegan a las
otras?

En alusión a las “palabrotas” –palabras cada vez más saludables y fuertes–
explicó que reflejan la expresividad y fuerza, permiten matices, “algo que las
hace difícilmente intrascendentes”.

–Algunas palabras –fundamentó– son irremplazables por su sonoridad, fuerza y
contextura física. No es lo mismo decir “tonto” o “zonzo”,
que decir “
pelotudo”, que bien podría designar a un utilero de
fútbol. Es una palabra ya universalizada, aunque no sé si está en el Diccionario
de Dudas… La fuerza está en la letra T; anoten las maestras –ordenó.

Continuó luego con diversas humoradas que venían al caso y expresadas con mucha
altura. Fue el expositor más aplaudido de esa mesa.

A continuación, Bryce Echenique explicó que “es deseable que la lengua
internacional sea el medio de expresión de la filosofía, la ciencia o el
periodismo, pero no de la literatura, que debe escapar a ella so pena de dejar
de ser creación”.

Y tuvo tiempo para referir una anécdota de Víctor Hugo, quien
decía: “De haber vivido y crecido en España, me habría convertido en un poeta
español, y mis obras no habrían tenido el alcance internacional que han tenido”.

“En la Francia de hoy, imposible sería escribir un diario clandestino en español
–tal como lo hacía Víctor Hugo– puesto que el español sería incapaz de disimular
los secretos de alcoba de nadie” –reflexionó divertido.

Por último, y antes de dar lugar a las preguntas del auditorio, Julio María
Sanguinetti, “tocado por un ángel para hablar” –como sugirió Escribano, y es
verdad pues fue el único expositor que no leyó su ponencia– hizo mención a las
tres globalizaciones que ha vivido la humanidad y sus vínculos con la expansión
de las distintas lenguas hoy dominantes en el mundo.

 

Opinó que “en la primera
globalización en el siglo XVI el español fue dominante, como lo fue el inglés a
partir de la segunda globalización entre fines del siglo XVIII y principios del
XIX. Si ahora el español cobra fuerza es por este hecho desgraciado de las
emigraciones, fruto de los problemas económicos”.

Al finalizar las ponencias, una persona del público le hizo una pregunta a
Fontanarrosa.

– Ha hablado de “malas palabras” y la forma de utilizarlas, pero no se ha
referido al apellido del Director de la Real Academia Española, ¿qué nos puede
decir al respecto?

Todas las miradas se dirigieron hacia Fontanarrosa, pensando cómo saldría de
semejante embrollo.

– Este tipo de congresos –comenzó diciendo– hace que confraternicemos los unos
con los otros, razón por la cual considero que, a esta altura de los
acontecimientos, ya podríamos llamarlo Don Víctor.

Los aplausos,
salpicados de carcajadas, acompañaron tan perspicaz respuesta y dieron por
finalizada la sesión de ese día.

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