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Deberás ganarte el pan con el sudor de tu oreja

Las mujeres y las formas “sutiles” del acoso sexual en el trabajo, o ¿hay que dejar pasar los chistes con “doble sentido”?

Durante un recreo en la sección administración de ventas,
Eugenio, un supervisor,   le pregunta en
broma a una empleada de la firma: “¿sabés cómo hacen
el amor los marcianos?”
.  La chica
esperando inocentemente el final del chiste contesta que no. Entonces él,
sonriente,  le apoya una mano en el
hombro y culmina la chanza: “Así, ¿ves?,… ahora
estamos teniendo sexo”.

Fabián, un técnico cuarentón, gordo y canoso, asesor fijo en la sección Sistemas de una
importante empresa de telefonía celular, cada vez que una asistente le entrega
un expediente, le alcanza una lapicera o le consigue una comunicación, la mira
fijo, baboso, lisonjero,  y le lanza un “vos sos el amor de mi vida” en el mejor de los
casos, o directamente, “¡qué lindas glándulas
mamarias tenés, yegüita!”
suele pedir que le practiquen sexo
oral  como forma de agresión, y a viva
voz, a aquella chica que no esté de acuerdo con sus opiniones.
Las
subordinadas, con una mueca incómoda le hacen ver su desubicación, pero tratan de no reaccionar con violencia,
y  de mantener el clima de trabajo
dentro de cierta cordialidad para que no se vuelva insoportable, lo cual
ocurriría si le dijeran lo que piensan cada vez que él las observa como Alien 4
a sus próximas víctimas de la nave espacial.

Claudio, Gustavo, Hernán 
y Jorge,  de la sección Legales
de una petrolera  pasan todas las tardes
riéndose junto a los abogados  del mismo
equipo mientras descubren nuevas páginas pornográficas en Internet, sitios que quieren compartir
con las chicas de la empresa que pasan por el piso donde ellos trabajan, y
aquella que no se divierte con sus chistes es marginada, hostigada por el grupo
de varones. Se vuelve conflictiva. No es “de la familia”.

Edgardo, jefe de cátedra universitario se encuentra
accidentalmente con una discípula en el colectivo, ella le comenta que quisiera
dar la materia que él enseña en un examen como alumna libre, no regular, él le
asegura que eso sería un suicidio, la joven entonces se dispone a leerle el
programa de la materia y él la sorprende: “¿con unos ojos tan hermosos y
necesitás lentes?”. 

Betty trabaja en el sector AP, atención personalizada, el
jovato que la está consultando le insiste en que le dé una bonificación especial
en la factura y mientras tanto la recorre con la mirada: “¡ pero qué lindas
piernas tenés!”…. Ella de lejos mira a su supervisor que con cara de naipe
le indica que trate de atenderlo lo mejor posible porque es uno de los
principales clientes.

Carlos, a diez kilómetros de allí,  tiene una fábrica de bolsas de polietileno, y a sus obreras
siempre les dice que las espera bañadito, y si anda de ánimo les pellizca el
trasero cada vez que gana Boca. Muchas veces las mujeres tienen que soportar
ambientes hostiles de trabajo por reaccionar con enojo ante un
“sinior” baboso como Ricardo, que a toda costa les quiere masajear la
espalda  para que se distiendan en la
fábrica o en el call-center,  o el
capataz  Adrián  que le elogia el busto hasta a su propia sobrina,
empleada de la panadería,  no con ánimo
precisamente de regalarle una escarapela. 

Julio trabaja en la sucursal Caseros de un banco cooperativo, cuando
llama a la casa central de la entidad, siempre le pregunta a Sabrina, empleada
de similar rango, ¿cuándo salimos a tomar algo?;
ella le contesta que tal vez algún día pero por ahora no, porque teme que el
negarse rotundamente con un córtala estúpido
le traiga problemas futuros en la empresa, ya que en ese banco solo ascienden
los hombres.

¿Todos los hombres están convencidos de que las mujeres
disfrutan íntimamente con las barbaridades, lisonjeras o acosos que estos les
lanzan en la cara porque no reaccionan mal, presuponiendo que sus barbaridades
continuas  las hace sentir deseadas? ¿
Es realidad entonces aquella presunción que asegura que si una mujer pasa
frente a una obra en construcción y ningún albañil le grita una guarangada es
porque es demasiado fea? ¿La “inevitable” histeria femenina los justifica y
redime?

Lamentablemente no es así. El mandato del mundo masculino
laboral para Eva es: “deberás ganarte tu lugar en la vida con el sudor de tu
oreja”.

Y no me estoy refiriendo al común  “para conseguir el empleo, el papel en
ese programa de tv., el ascenso en la gerencia, la aprobación de la materia  o el retiro voluntario…  tenés que acostarte conmigo”, que existen
sino
a situaciones mucho más comunes y cotidianas.

 A menudo ellas escuchan
chistes pecaminosos personalizados  por
el solo hecho pedir que les faciliten 
una herramienta de trabajo, y en algunos casos manoseos,
arrinconamientos juguetones, invitaciones “en broma” llenas de adulonería
sexual, y lo aceptan como un mal
necesario por tener que compartir el ámbito laboral con hombres. Son los famosos
“piroposlancesgroseros” de cada día.

Ustedes dirán, “si hasta fueron violadas las monjitas
destinadas a misiones en el África, y centenares de mujeres oficiales  de la marina americana que combatieron en la
Guerra del Golfo, al arribar a América acusaron a sus jefes de acoso sexual,
¿qué pólvora pretende descubrir este tipo?”

Ninguna pólvora, simplemente invitarnos a reflexionar a todos y
especialmente a nuestros legisladores, ya que esta capacidad de simbolizar en
palabras nos diferencia de los demás cuadrúpedos. Si,  desde que nacemos, uno de los primeros indicios que nos
diferencian de los animales radica en nuestra capacidad de simbolizar,
codificar lo que sentimos y transformarlo en un lenguaje.  Y ese lenguaje es complejo no sólo por su
diversidad de contenido y significado expreso, sino también por el latente.

Sigmund Freud, se interesó sumamente en el chiste y su relación
con el inconsciente, dándole al doble sentido tanta importancia como a los
sueños  como camino directo hacia las
zonas ocultas de la mente.  En las proposiciones íntimas humorísticas y  personalizadas hechas a través del “doble
sentido”  y repito,  “en broma”, 
se presentan ciertos mecanismos básicos como la condensación de
un alto contenido sexual y agresivo, con cierta transferencia de
energía, valor o afecto en un desplazamiento aparente del objeto de
deseo a través de  una representación
simbólica que lo disimula. 

El contenido latente del chiste obsceno que dispara
una invitación erótica dirigida de manera personal,  es  la búsqueda indirecta
de la  satisfacción  de un deseo primario a través de un
artificio humorístico del lenguaje soez, 
que sin embargo lo vuelve aceptable para la conciencia moral por la
cobertura solapada del humor. 
Y aunque el lenguaje produce formaciones reveladoras
de un deseo, cualquier elaboración secundaria o interpretación concreta
del chiste obsceno que les fue dedicado es rechazada automáticamente por
las mujeres,  que desarrollando una
censura maniquea se niegan a aceptar que ese amigo o primo o compañero de
labor, refleje en el chiste o en la
insinuación risueña,  deseos
inaceptables e inconfesables que no le interesa ocultar permanentemente.

El humor de ese compañero de trabajo o estudios o
jefe o cliente o  esposo de la
empleadora,  tiene la particularidad de
que se refiere a él mismo, pero para entenderlo debemos darnos cuenta que este
“él” está “dividido”.  Su fantasía ya
deja de ser inconsciente y se revela en el chiste personalizado:
“ cuando te mudes llámame así
estrenamos la camita”.

Pero no es una invitación concreta a salir. En última instancia si ella “pica” aleluya, y si se
queja formalmente,  fue nada más que un
chiste, y la víctima pasa por  aburrida
o paranoica, una especie de agitadora laboral.

Ferdinand
de Saussure también se refirió a “las palabras bajo las palabras”, dándole
incluso a los elementos sonoros de una composición la capacidad de transmitir
un mensaje subyacente más allá del texto tal como lo percibimos.

¿Cómo
revertir esto en una sociedad reprimida, con una alicaída pulsión de vida e
inhibida sexualmente más allá de su discurso libidinoso, provocativo y
agresivo?

El
problema se agrava cuando este espacio enrarecido es el del trabajo, un
lugar vital hoy para quienes tiene la suerte de conservarlo.

Los especialistas en
el tema, generalmente abogadas, relacionan jurídicamente el acoso en los
trabajos con la “mala fe”, porque en la ley de contrato de trabajo se estipula
que el acuerdo entre las partes debe ser presidido por la buena fe laboral. Si
un hombre contrata a una mujer para que pase datos a una computadora, él no
adquiere el derecho por ese vínculo a someterla a maltrato verbal o físico y en
la medida en que el acoso sexual no es aún una figura legal, solo le queda la
opción a ella de demandarlo por daños y perjuicios, más allá de exigirle una
indemnización, por mala fe del empleador al constituir el contrato laboral.

Pero en un país con
un cuarto de la población desocupada, y otro tanto  sub-ocupada, ¿quién va a quejarse?. Quienes se interesan en
lograr que se le otorgue  una figura
penal y civil al acoso sexual en las empresas, afirman que según estadísticas
que cuentan en su poder, una de cada tres mujeres sufren acoso sexual concreto
en su lugar de trabajo, y dos de cada tres acosadas tiene menos de 30 años. 
También afirman que el acoso sexual no se presenta, como en las películas, de
la manera: “si no pasás por mi cama te echo”, sino que se maneja de una
forma  más sutil, subrepticia o
solapada. Pero también incluyen como actitudes cercanas a esa figura, la de
esos compañeros de trabajo que escatiman información laboral  perjudicando a la compañera que no accede a
su requerimiento sexual, o mandan mails pornográficos o calumnian a la mujer si
no se satisfacen sus deseos.  El abanico
de situaciones alcanza a veces al acoso o la persecución sexual que proviene de
un cónyuge o pariente directo del empleador que no es parte de la empresa pero
cuya acción también lesiona la libertad laboral de la contratada.

Entiendo que el
trabajo es un derecho humano fundamental, que responde a un principio de vida,
a un instinto de conservación natural, y al menos dentro de ese ámbito deben
respetarse al máximo las cuestiones privadas de las personas.

Sin
embargo, ¿cómo pedirles a ellas que defiendan su lugar y su integridad si hoy
hay bares y restaurantes donde las contratan para que circulen como mozas con
ropa ajustada o escueta y den besos de bienvenida a los  clientes recurrentes?

Cuesta mucho entonces sugerir a las mujeres (mientras el Parlamento mira
para otro lado, ya que los políticos varones son los primeros “galanes” del
país) que intenten volver al sano cachetazo de campo, o pierdan el temor a
mandar al supuesto Romeo circunstancial (que más que Romeo parece Freddy
Krugger) a la mismísima “eme”. 

Eso, claro, si es que aún les importa cierta
consideración en el trato y son capaces de darse cuenta que en la lisonja
obscena o la galantería soez y desubicada dichas desde una posición de
poder,  no existe valorización alguna.
Así como del corazón de los obreros, canta Serrat en el tema sobre el niño
yuntero, nacerá el martillo que rompa la cadena que los ata, deberán ser las
mujeres las que actúen en conjunto para lograr re-significar la palabra
respeto, sí, respeto, tienen derecho a exigirlo. 

Una linda palabra: respeto. No
se rían, alguna vez existió.

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