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Cuando el otro se va primero

Las pérdidas, forman parte de la vida, e invariablemente nos enfrentan a un mismo proceso, el duelo. De la actitud que asumamos frente a él depende nuestro crecimiento y la calidad de nuestra vida posterior.

Todo duelo “es el proceso normal que sigue a la pérdida de lo inmensamente querido”.

Forma parte integral de la relación amorosa, no es el fin ni la interrupción del amor sino una de sus fases naturales.

Así, sin que participe nuestra decisión, el duelo no interrumpe la relación, sigue siendo amor. Si el duelo duele (y por cierto que duele ), aceptémoslo como una parte necesaria en esta etapa del vínculo, no podemos eludirlo con negaciones u olvidos, seríamos en ese caso desertores de la relación amorosa, mataríamos por segunda vez al ausente.

Por lo tanto habrá dolor, pero no estamos buscando ese dolor por el dolor mismo, cuanto menos haya, será mejor, pero siempre que podamos conservar en nuestro corazón el amoroso vínculo con el ausente.

La vocación permanente al sufrimiento no es sinónimo de superación, recordar tiernamente es haber superado, y entonces sí podremos incorporar algunas alegrías a nuestros preciados y tan queridos recuerdos.

No podemos confiarle al tiempo la resolución de nuestro dolor. Hoy la vida nos interroga y debemos responder, teniendo en cuenta que para llegar a un lugar, siempre hay algunos caminos mejores que otros.

Nuestra es la responsabilidad de elegir el camino.

Un camino a recorrer 

  • Pongamos al día y en paz nuestro vínculo con quienes no están. Esforcémonos por superar el egoísmo que coloca a nuestro dolor como protagonista principal de los hechos.

  • Vivamos nuestro duelo con dignidad, recordando a quien ya no está con las personas apropiadas y en los lugares apropiados.

  • Evitemos el aislamiento, reinsertándonos en la vida familiar y en la sociedad asumiendo nuestros cambios personales.

  • Analicemos nuestra fe y nuestra creencia en una existencia más allá de la muerte.

  • Tengamos un proyecto de vida que honre a quienes no están, a los que están y a nosotros mismos.

  • Atendamos con dedicación y sensibilidad los vínculos afectivos con los vivos.

  • No dejemos que el dolor nos exima de superarnos y ser mejores personas, el permanente recuerdo del ausente debe ser un estímulo para lograrlo.

  • La posibilidad de superar un duelo, requiere de nuestro esfuerzo personal y no podemos delegarlo en ningún tipo de paternalismo.

Fuente: Campo de Psicología

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