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¿Me autorizaría mi padre a viajar?

Casi a punto de abordar el barco, la mala fama de mi destino amenaza hacer naufragar todo.

 

Cuando
ya estaba todo listo para viajar a la Argentina, me encontré con que mi padre
no quería autorizar mi viaje (yo era aún menor de edad).

¿La
razón? La mala fama que tenía entonces la Argentina entre las comunidades judías
de Europa Oriental por las actividades de la “Migdal”, la organización
dedicada a la trata de blancas.

En
Polonia esta organización mandaba a su gente bien disfrazada y se arrimaban a
las familias judías pobres y con muchos hijos, muy numerosas en esos tiempos.

Se
presentaban como prósperos comerciantes e industriales, con recomendaciones
falsas de personas u organizaciones conocidas, incluso hasta de rabinos.

Se
comprometían y se casaban, dejando a la familia una buena suma de dinero en
concepto de dote.

De
vuelta en Buenos Aires, la chica era obligada a trabajar en algunos de los prostíbulos
que la organización tenía en todo el país.

Las
organizaciones decentes nada podían hacer, pues la “Migdal” dominaba a las
autoridades civiles y policiales. Corría mucho dinero, que a ellos les sobraba,
al revés que las organizaciones honestas que no contaban con recursos para
combatirlos.

Corría
el tiempo y ya estábamos en el mes de octubre, y la lucha en casa era tremenda.

Al
fin, llegamos a un acuerdo. Consultaríamos al rabino del templo donde mi padre
era habitué, y nos comprometíamos a aceptar su decisión.

El
rabino me conocía de chico y sabía toda mi comportamiento desde el comienzo de
la Primera Guerra Mundial.

Mi
padre me dejó solo con el rabino, al que planteé mi problema, mis perspectivas
si no me iba y como se presentaba el porvenir de los judíos.

Además,
le dije que presentía que iba a ser yo el destinado a salvar a toda mi familia.
Así pasaron como dos horas, el rabino me escuchó, después me aconsejó y me
bendijo, deseándome suerte y pidiéndome que siga por el buen camino y que no
me olvide de mi familia y de seguir siendo un buen judío.

Luego
llamó a mi padre, que ya comenzaba a impacientarse y le dice, en textuales
palabras: “Abrúmele (así lo llamaba a mi padre), fírmale el papel a
Iankele, puedes estar seguro que irá por el buen camino y va a ser un buen
hijo. Bendecilo y deseale suerte”.

El
rabino sacó el papel que había llevado, mi padre lo firmó llorando y luego lo
hizo el rabino como testigo.

Cuando
volvimos a mi casa, mi madre se dio cuenta de todo al ver a mi padre. Me abrazó
y me dijo: “Vaya con Dios. El te acompañará y que tengas “JAIN”, que en
ídish quiere decir que tenga buena aceptación y buena acogida de la gente.

Inmediatamente
me fui al centro a entregar la autorización, y a principios de noviembre me
llamaron y me entregaron todos los papeles en orden: el pasaporte, la visa
argentina y el permiso del Ministerio del Exterior polaco autorizándome a
viajar a la Argentina para estudiar.

¡Ya
podía viajar!