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Malvinas, heridas que deben sanar

Veinte años atrás se enfrentaron con armas. Luego los unió la misma necesidad de exorcizar los demonios de la guerra.

A pesar de sus diez años de experiencia
militar, Les Standish recuerda que sentía miedo. Avanzaba paso a paso por el
aeropuerto londinense de Heathrow el 6 de noviembre último, y sabía que en
minutos iba a estar frente a frente con una parte crucial de su pasado. A bordo
del avión que venía de Buenos Aires viajaba un hombre al que nunca antes había
visto personalmente, pero cuya vida había sido transformada al igual que la
suya por los hechos traumáticos y violentos ocurridos veinte años atrás.


Standish llevaba en su mano una fotografía
reciente del argentino, de hombros anchos, ojos marrones y mirada cálida.


A medida que emergían los pasajeros, los
ojos de Standish se fijaron en el hombre alto que se destacaba entre la
multitud. Mantuvo en él su mirada hasta quedar frente a frente. En el cabello
oscuro del argentino comenzaban a asomar algunas canas. Alejandro Videla estaba
en Londres.


“How are you?”, preguntó
Videla, dando por agotados sus conocimientos de inglés. Standish sonrió, lo
rodeó con sus brazos y por un largo rato los dos hombres quedaron abrazados en
silencio.
 


Nunca hubieran imaginado este encuentro
cuando sus vidas se cruzaron por primera vez. En mayo de 1982 el cabo Les
Standish de 21 años, Segundo Regimiento de Paracaidistas británicos, estaba
inmerso en un infierno ensordecedor de ametralladoras, morteros, cohetes, y
fuego de artillería en las lejanas islas del Atlántico Sur, 



En la decisiva batalla por Pradera del
Ganso, 120 kilómetros al sur de Puerto Argentino (Port Stanley), los británicos
quedaron inmovilizados durante 48 horas por el certero fuego enemigo proveniente
de las colinas desnudas, monótonas que conducían 
a un aeródromo y a un pequeño asentamiento civil.


Standish y su unidad de ocho hombres
estaban en una encerrona al pie de una loma verde y la munición se iba
acabando. El cabo ordenó a uno de sus soldados que avanzara para recoger la
munición de otro efectivo caído, mientras el resto lo cubría 
con disparos de distracción.


Steven 
Illingsworth, de 19 años, logró apoderarse de la munición pero en el
momento de regresar una bala de alta velocidad ingresó por su nuca y le destrozó
el rostro. Las siguientes ocho horas Standish y sus hombres debieron permanecer  pegados a la tierra, castigados por el viento y una lluvia
torrencial, observando impotentes el cuerpo del joven soldado. El menor
movimiento desencadenaba la furia del fuego enemigo.


Más tarde, cuando otro de sus hombres
fue herido en la pierna, Standish cargó sobre su espalda al soldado que pesaba
más de 80 kilos y atravesó doscientos metros de fuego para llevarlo a terreno
seguro, una acción que le valió una condecoración.


Nadie había podido dormir ni comer
durante dos días.


Cuando el Regimiento de Paracaidistas
logró finalmente dominar Pradera del Ganso (mal llamada “Ganso Verde” en la
época de la guerra), Standish había perdido a su comandante y a 14 hombres. En
las filas argentinas hubo 55 muertes, nueve de ellas por el fuego de Standish.
 

 Alejandro
videla, un adolescente asustado, fue uno de los 1.300 argentinos derrotados en
Pradera del Ganso. El soldado de 19 años notó el agotamiento en los rostros
barbudos de sus captores, ennegrecidos por el camuflaje.

Videla, que cumplía con el servicio
militar en el Regimiento 12 de Infantería, también había tenido una campaña
difícil. Reclutado en la provincia de Corrientes, una región de clima
subtropical, fue enviado a las Malvinas con abrigo escaso, y pobremente equipado
para el clima lluvioso y ventoso de las islas. Durante un mes sufrió el frío,
la humedad y el hambre.


Luego de la derrota, como prisioneros de
guerra se les ofreció comida caliente. Pero primero tuvieron que recoger sus
muertos y desmantelar las trampas cazabobos que había en casi toda su artillería.
Videla estaba a apenas pocos metros de distancia cuando un dispositivo explotó
y destrozó el cuerpo de un compañero argentino herido. 
El joven gritaba en agonía mientras los efectivos británicos lo
trasladaban  hasta el puesto de
primeros auxilios donde falleció.


El regreso a la vida civil fue difícil
para Videla. Con el paso de los años se fue estableciendo en Venado Tuerto,
Santa Fe, se casó con Alejandra Illari, y comenzó a dar clases en una escuela
técnica.


Pero sus cicatrices de guerra no
cerraban. Las autoridades militares argentinas hicieron firmar a algunos
veteranos una declaración jurada en la que se les prohibía hablar públicamente
de sus experiencias en la guerra. “Era como si la guerra nunca hubiera
sucedido”, dice Videla.


Pero cualquier situación, hasta los
cohetes y fuegos artificiales de la tribuna en un partido de fútbol, lo
llevaban a recordar los Sea Harriers británicos que en Pradera del Ganso
atronaban sobre su cabeza, en vuelo rasante y lanzando bombas. En esos momentos,
Videla regresaba mentalmente allí, y era un adolescente aterrorizado por las
estelas de fuego.


De esto sólo podía hablar con quienes
habían combatido junto a él. Una media docena de ex soldados de la ciudad
comenzó a reunirse para brindarse apoyo y compartir sus recuerdos. Pero se sentían
abandonados.

 


A Les Standish los recuerdos del pasado
empezaron a atormentarlo diez años después de la guerra. Ya había dejado el
ejército y se sumó al servicio penitenciario. En 1990 formó parte de la
unidad que enfrentó cuerpo a cuerpo una rebelión carcelaria en Strangeways
Prison, Manchester.


En esos días, estaba caminando por la
calle cuando el traqueteo de un automóvil se transformó en su imaginación en
el crujido de un disparo de rifle que lo regresó mentalmente a Malvinas. Allí
estaba él con su pecho pegado al césped húmedo, mirando el cuerpo empapado de
sangre de Steve Illingsworth. Fui yo quien ordenó avanzar a Steve.   



Su mente fue invadida súbitamente por el
recuerdo de los argentinos que había matado. 
En el caos de la lucha no vio el rostro de ninguno de ellos. Sólo
recordaba la última mirada aterrorizada de algún soldado que presintió su
fin. Las imágenes no desaparecían. Standish sufrió una crisis de nervios.


Luego, con la ayuda de un psiquiatra,
rememoró cada una de las circunstancias que lo llevaron a la crisis nerviosa,
habló de sus recuerdos en detalle para aprender a convivir con ellas en su
memoria.   

 Alejandro
Videla no tuvo esta ayuda. A pesar del gozo que trajeron a su vida su esposa
Alejandra y sus tres pequeños hijos, los recuerdos lo seguían 
atormentando. Comenzó a beber y a quedarse con amigos de noche, lo
suficientemente tarde como para asegurarse de que no se iba a desvelar si iba a
la cama. Pero en los sueños oía el bramido de los Sea Harriers… el soldado
agonizante que gritaba. Esas imágenes eran todo lo que guardaba de la campaña.
Anhelaba tener alguna fotografía o un objeto que lo ayudara a recordar lo
sucedido, cómo habían ocurrido aquellos hechos. Un amigo había tomado cuatro
rollos de fotos, pero se los quitó un efectivo británico tras la rendición.

En octubre de 2001 entró a un sitio de
Internet inglés llamado Britain´s Small Wars. Tenía una sección dedicada a
las Malvinas. Con la ayuda de un traductor electrónico, Alejandro trasladó sus
preguntas del castellano al inglés: “¿Alguien conoce a un miembro del
Regimiento de Paracaidistas que haya luchado en Pradera del Ganso?”.


Pocos días más tarde tuvo respuesta:
“Sí, yo estuve en Pradera del Ganso. Fui cabo del Regimiento de
Paracaidistas”.


El mail llevaba la firma de Les Standish,
que ahora vivía en un pequeño pueblo de las afueras de Bolton, Lancashire, y
trabajaba como personal trainer e instructor de natación.


Videla le contestó inmediatamente.


“¿Tiene alguna foto o video de
Pradera del Ganso?” Standish compró un video de la BBC y se lo envió a la
Argentina.


Poco después Standish recibió por
correo un sobre grueso. Había en él una carta y fotografías de Videla y sus
tres hijos. “Soy profesor de la Escuela de Educación Técnica de Venado
Tuerto —escribió—. Mi esposa Alejandra enseña en la escuela
primaria.”


Standish respondió que él estaba a
punto de casarse por segunda vez, con una mujer llamada Rachel que entrenaba
perros guía para ciegos. Tenía dos hijos propios, y pronto sumaría los otros
dos de su mujer.


La correspondencia fue y vino entre la
Argentina y Gran Bretaña. Los dos hombres hablaban de su pasión por el fútbol,
gustos musicales, y de los amigos que perdieron en la guerra.


Standish interiorizó a Videla sobre la
labor que realiza la asociación de veteranos South Atlantic Medal Association
(SAMA), dedicada a la atención de las “heridas psicológicas” que dejó la
guerra (ver recuadro Cicatrices…). Desgraciadamente, ya se han suicidado más
veteranos británicos de Malvinas que los 255 soldados que murieron en 1982 en
los dos meses de combate.

Material cedido por Selecciones
del Reader”s Digest