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Las damas se acabaron primero

“En el siglo XXI ya no existen los caballeros”, aseguran ellas. Yo les respondo: “las damas se acabaron primero”.

Es cierto, ya
no hay hombres que le den la mano a su doncella para ayudarla a bajar del
colectivo o que le abran la puerta del auto cuando ella va a subir.

 

Se extinguieron
aquellos varones que al caminar por la vereda junto a su pareja se colocaban del
lado de la calle (antiguo hábito relacionado con la costumbre de las amas de
casa de la Buenos Aires colonial sin cañerías, de tirar las aguas sucias por el
balcón).

 

Tampoco es
común que los tipos las dejen pasar primero por una puerta, les den el asiento
en el tren, las ayuden a colocarse el saco o les acerquen la silla cuando se van
a sentar a la mesa. Hoy ya ni siquiera se mantiene el mito del macho dispendioso
que ante una mujer siempre llamaba al mozo para pagarle.

 

Por el
contrario, aquel gentilhombre que regalaba una flor y un piropo ingenioso, ese
galán perfumado y afeitado al ras, de zapatos tan lustrados que parecían
espejos, el mismo que la trataba de usted hasta en los boleros famosos o pedía
permiso para besarla, fue reemplazado por un grosero desalineado cuyo aliento
con olor a cerveza negra acompaña la burla y el agravio como condimentos
eróticos de su declaración amorosa.

 

Pero también
hay ejecutivos exitosos muy bien trajeados, que en su afán de poseerlo todo de
una manera absoluta, tratan a la mujer como un bien de uso, olvidando que hasta
teniendo sexo se puede ser caballero, y es por eso que ellas al recordar esas
citas íntimas reflexionan: “ el antes demasiado corto, el durante demasiado
rápido, el después demasiado solo”.

 

Ahora bien:
¿cómo son las chicas de hoy, esas damiselas que no pueden decir dos palabras sin
intercalar un insulto y exhiben el elástico de su bombacha por encima del
vaquero de tiro corto?

 

¿En qué arcón
de los recuerdos quedaron la delicadeza, la finura y el buen decir de las
mujeres?

 


Desde la salita de cuatro se acostumbraron a pelearse a piñas y jugar al fútbol
con él; ya en la adolescencia lo avanzan ellas en el patio del recreo mientras
le enseñan a fumar un porro, y en la juventud dejan a sus novios en casa para
irse de vacaciones o a bailar solas, con sus amigas.

 

En
su eterno buscarse sin brújula, tutean a un cardenal o al rector de la
universidad, y serían capaces de hablarle al propio Aquiles como si fuera su
caniche toy
. No reconocen categorías ni prioridades. No le temen a nada, en
especial al “qué dirán”.

 


Jamás usan pollera (salvo que las obligue el uniforme laboral), cambiaron la
rosa por el cigarrillo, el cucharón por el attaché, el vestido por el
traje sastre, y les encantaría hacer pis de pie.

 


Abandonaron el “gracias”, el “permiso”, el “disculpe”. Ni siquiera les queda el
tacto social. Para muestra un botón: hace poco llevé a mi mujer a cenar y cuando
trajeron el vino le pregunté: “¿ te sirvo?”.

 

Y
ella me respondió: “Sí, a veces”.

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