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La bici me brindó…

Todo lo la práctica del ciclismo me brindó… y puede darte a ti también

Belleza 

Un verdadero regalo para el alma era observar, desde la ruta o camino polvoriento, aquellas prósperas granjas de los alrededores, con sus pavos, patos, gansos, cabras, ovejas, cerdos, caballos, perros, vacas, gallinas…; sus arboledas y sembradíos, sus moradores realizando alguna tarea ineludible aún en feriados; y en algunas ocasiones, aquél breve diálogo:  

“¡Estás bien, muchacho. Necesitás algo!”. “¡Todo bien, solamente observo la belleza de su granja!”. “¡Gracias. Y continúa. Por ahora es gratis, jajajaja!”.  

Sí, eran otros tiempos, otra gente; en ése entonces a nadie se le ocurría ir a robar o hacer desmanes y hasta aterrorizar o matar a la gente de campo…, como ocurre ahora.  

Ni siquiera se hablaba o conocía cosas como agua contaminada, cólera y similares; a uno le daba sed, se detenía en una cuneta con agua; con ambas manos “aclaraba” la superficie, y hasta podía elegir la forma de beber: en mi caso, si estaba algo fresco, con ambas manos recogía agua del sector “aclarado”, y bebía; pero si hacía calor, me gustaba sumergir la cabeza bebiendo y refrescándome al mismo tiempo.  

Y nunca me enfermé por hacer esto. Después de todo era agua de lluvia, las impurezas estaban en el fondo al que nunca tocaba, y de la superficie solamente apartaba los vegetales que en ella crecían, ¿por qué habría de enfermarme?                                                              

El amanecer en la zona de lagunas era un espectáculo bellísimo. Apenas clareaba, podían verse bandadas de gansos con su típico vuelo en V; un vuelo elegante, cuello y patas estirados, un potente y rítmico agitar de alas, atentos al grupo y a todo lo que sucedía a su alrededor.  

Ah, tan torpes en tierra, e incluso en agua no se los ve muy bien, pero en el aire son majestuosos e inspiran respeto. También podían apreciarse bandadas de varias clases de patos, con su rápido y nada elegante vuelo, y su asustadizo carácter…  

Los biguá (o cormoranes) intentando atrapar su desayuno de pejerrey…, o lo que hubiere. Sobre la costa, gallaretas y algunos teros de agua. Y cuando el sol asomaba llegaban ellos, impresionantes y bellísimos en el cielo, elegantes y majestuosos en el agua: Los cisnes de cuello negro.  

Y, salvo los patos, todos ellos descendían cerca de donde estaba, ¿acaso intuían que nada les haría? Pues no lo sé, lo cierto es que los cisnes no estaban a más de 20 metros de mí; a unos 35 metros los gansos; jajajaja, como a 220 metros los patos…   

Conocimiento 

Observando a la naturaleza, se aprende; si no se comprende lo visto, se pregunta o se busca información. Un día observé un espectáculo nunca visto en el cielo. Un chimango era perseguido por una tijereta, más bien corrido por ésta, mejor dicho, agresivamente expulsado y vapuleado por el pequeño (comparado con él) pájaro.  

Recorrí más de 200 metros observándolos, me causaba asombro y gracia ver cómo el chimango, desesperado por deshacerse de su pequeño e insistente atacante que le picoteaba la cabeza, hacía desesperadas maniobras acrobáticas en el aire; sin embargo, la tijereta volvía una y otra vez sobre él.  

No pude más y solté la risa, me detuve a un costado del camino porque no podía parar de reír. Escucho que alguien se acerca por detrás, miro y era un paisano a caballo, que me pregunta: “¿Qué es lo que le causa tanta gracia, mi amigo?”.  

Le relato sobre el motivo de mi reír, y me dice: “He visto a las tijeretas matar a chimangos de esa manera. Y he visto a chimangos comerles los pichones a las tijeretas. ¿Me comprende, mi amigo?”. “Sí, señor.  

Ahora ya no me causa ninguna gracia”, a lo que me dice: “Bueno, la naturaleza es así. No hay que apenarse, mi amigo, solamente aceptarla como es”. Y con un saludo, se alejó…, y me dejó reflexionando sobre la filosófica sabiduría del hombre de campo. 

En la época estival, el amanecer era la mejor hora para estar en ciertos lugares, como el de lagunas descrito más arriba. Pero un poco antes de esa hora, en la penumbra, solía ver a un gran búho en su patrullaje cinegético.  

De vuelo silencioso debido a la disposición y textura de su plumaje, ojos capacitados para ver muy bien en la oscuridad, finísimo sentido auditivo, hacen de esta rapaz un cazador eficaz, preciso. ¿Eficaz, preciso?…, mmmm, debería ver eso.  

Es que he visto cazar a los chimangos, y fueron muchas las veces que “cazaron” un trozo de manguera negra, gris, roja (¿no distinguen colores?), o pedazos de ramas, o alguna otra cosa por el estilo. Lo que me lleva a pensar que atrapan todo aquello que tiene un tamaño más o menos similar al de una laucha, ratón, cuis o víbora, y por lo visto no importa mucho si está o no moviéndose.  

Haciendo cálculos, creo que el chimango se equivoca un 40% de las veces; y también, cuando se trata de una verdadera presa, falla al querer atraparla en un 25% de las oportunidades. Lo cual significa que para estar bien alimentado, deberá cazar durante la mayor parte del día.  

Parece ser, entonces, que la lucha por la sobrevivencia es ardua para todos los animales…, incluido el humano, mamífero al fin, jajajajaja. Hay excepciones, claro: mascotas. 

Derivados 

Contemplar la belleza y adquirir conocimientos, derivó en respeto hacia la naturaleza, y ese respeto trajo de la mano a la piedad y a la pena. En mis excursiones “ruteras”, era frecuente ver la impiedad humana y su desprecio por las vidas consideradas inferiores.  

Me detenía cada vez que encontraba a un animal muerto a la vera de la ruta, lo examinaba, algunas veces se trataba de un accidente, el vehículo había sido demasiado veloz…; pero otras veces hallaba el incomprensible motivo humano, un disparo de arma de fuego…, yo sabía demasiado sobre esto como para confundirme…, y el orificio del proyectil también señalaba el tipo de arma utilizado…  

¿Por qué lo hacían? ¿Por qué matar por matar? Eso no era cazar, lo cual comprendería, el animal estaba ahí muerto y no le servía a nadie, porque se trataba de una lechuza, un chimango, una gallareta, un tero de agua, o un ganso allá inerte en el agua.  

Esas personas, ¿eran conscientes de lo beneficiosas que son las rapaces para el humano? Y aún no sabemos qué beneficio a futuro podrían brindarnos las demás especies… ¿o acaso creían que Dios dio vida a algo inútil? 

Y un día ocurrió, era inevitable. Desde lejos presentí el desastre. Demasiada calma en la laguna, casi desierta…, no era normal. Al acercarme más, divisé figuras blancas dispersas en el agua, no se veían naturales, no ubicaba la especie.  

Al acortarse la distancia, comprendí; estaban “volcadas” y no posadas o nadando en el agua. ¿Acaso se trataba de gansos? No, no lo eran. ¡Eran cisnes, seis cisnes de cuello negro! ¡Seis bellos amigos flotando inertes sobre el agua! ¡ 

Oh, Dios, cómo duele la muerte sin sentido! ¡Y maldije la estupidez humana! ¡Y lloré a mis amigos muertos en aquella dolorosa tarde de otoño! 

Para los “deportistas” de fin de semana 

En vez de esa “hazaña”, hubiesen hecho esto: Llevar a niños, a sus hijos si los hubiesen tenido, a contemplar la belleza en libertad que les brindaban los cisnes de cuello negro. Los niños lo hubiesen disfrutado mucho, ahí tan cerca, a 20 metros de la ruta.  

¿Y cuál fue la consecuencia del matar por matar? Nos retiraron la confianza y apenas se los divisa; están allá, a unos 250 metros de la ruta. 

Libertad 

El humano dice ser libre, y hasta hay algunos que lo creen. Pero, ¿lo somos? Porque si lo fuésemos, haríamos solamente aquello que nuestra alma dicte, que muy lejos está de nuestras obligaciones existenciales o sociales…, en mi opinión, claro.  

En aquella época, sin embargo, la bici me hacía sentir libre; adoraba la brisa, y hasta algo de viento en la cara, aún cuando a veces era frío. Sentía que mi alma se despegaba de la tierra y sus problemas, volaba aliviada, y gozaba del cambiante paisaje que la bici le ofrecía; contemplaba, vibraba con las imágenes que captaba, comprendía, se emocionaba o lamentaba por algo.  

Se enriquecía. Mi cuerpo solamente obedecía su mandato: boca cerrada, ojos ágiles; piernas pedaleando rítmicamente, sin prisa y sin pausa “velocidad de crucero, velocidad de crucero para larga distancia”, decía el alma, y las piernas se adaptaban al ritmo requerido; y el corazón y los pulmones no eran exigidos más allá de lo saludable.  

Había entonces armonía entre el alma y el cuerpo, y hasta se me ocurre que el gozar del alma hacía que mi cuerpo resistiese la “velocidad de crucero” por decenas de kilómetros. Libertad, sí. Libre del bullicio ciudadano, de los motores a combustión interna, ruidosa y contaminante.                                                                          

Y esa sensación plena de libertad, brindaba algo más: Paz. Dicen que una filosofía oriental enseña que la paz interna debe lograrse en pleno bullicio, en el fragor de la ciudad o de un problema. No estoy de acuerdo.  

Lo que en ello veo es una mala traducción del idioma chino al nuestro, creo que el filósofo chino habla de mantener la calma, mas no de paz espiritual. A mi modo de ver, la paz espiritual es un estado de armonía, de aceptación, de entendimiento entre mi alma y lo natural, incluido lo humano. Y para ello es necesario estar en soledad, lejos del bullicio, donde sí es posible un sincero diálogo entre mente y alma.  

En mi caso, acostumbraba detenerme a descansar a la sombra de árboles; estiraba las piernas, caminaba un poco, luego buscaba un lugar cómodo y me sentaba. Contemplaba los alrededores, después cerraba los ojos y miraba hacia adentro; sentía, recordaba, reflexionaba, admiraba, comprendía, aceptaba. 

Salud 

Lógicamente, el cuerpo se beneficiaba del ejercicio, se fortalecía. La alergia que tantas veces me enviara a la cama, ya no lo hacía. Tampoco me enfermaba, lo cual era sorprendente después de alguna atípica excursión, jajajaja.  

Recuerdo que cierta vez se me hizo tarde, oscurecería pronto y aún me faltaban varios kilómetros para llegar a la ciudad. Mi bici no tenía luz alguna, como tampoco llevaba nada como para repararla si algo le sucedía…, siempre viajé así, y la “Metalcycles” rodado ancho nunca me falló. En la oscuridad y por un accidentado camino de tierra, mmmm, no me agradaba.  

Solución: atravesar un brazo de laguna me ahorraría unos kilómetros de camino. Y allá fui, pantalones recogidos hasta las rodillas, que de poco sirvió porque el agua llegó igual hasta ellos, bici de tiro o al hombro, y fuerza, fuerza, fuerza…, jajajajaja. Lo confieso, fue más arduo de lo previsto, aunque valió la pena. 

Sí, la salud física era muy buena. ¿Se debía únicamente al ejercicio proporcionado por la bici? ¿No sería más bien al conjunto de lo que ésta me brindaba? Tal vez la salud se trate de una cuestión de equilibrio entre lo espiritual, mental y físico, y no como en aquella época se decía: “La salud es el perfecto equilibrio entre el frío y el calor” ¡¿?! 

Contemplación 

¿Has visto el naciente y/o el poniente del sol en la llanura? ¿Has contemplado su avergonzado rostro? Yo sí, muchas veces; cada “salida” u “ocaso” es única, así lo establecen las muy diversas condiciones de la atmósfera.  

Para la mayoría, la “salida” y “puesta” del sol no es más que un hecho matemáticamente cotidiano de la física. Sin embargo para mi representa mucho más: la más notable manifestación del poder de Dios, el perfecto orden, y claro está, el tomar plena conciencia de la pequeñez humana.  

Quedaba como hipnotizado viendo al astro; la mente se mantenía silenciosa, el alma disfrutaba el maravilloso momento, mientras el cuerpo se mantenía de pie, sin moverse, olvidado de sí mismo. 

En la zona de lagunas, esos momentos eran especiales; ubicado en el lugar correcto, era posible apreciar un imaginario fundirse de los cuatro elementos. Y en algunos amaneceres, un regalo inesperado:  

Unas pocas nubes se interponían en el “camino” del sol, y en determinado momento, surgían de entre ellas anchos haces de luz en diversas direcciones, ¡¡espectacular, maravilloso!! ¡¡Oh, Dios, qué belleza!! 

Reflexión final 

Hay gente que sugiere a otros “¡No vivas en el pasado!”, ¡¡Santo Cielo!! ¿Es que lo creen posible? Porque si se refieren a recordar compungidos una y otra vez un error cometido que ya no tiene solución, o una vivencia que pudo realizarse de manera distinta y tal vez, sólo tal vez, les habría brindado una vida mejor, imaginativamente feliz; bueno, en ése caso sería enfermizo y contranatura vivir así.  

Ahora bien, muchas veces me pregunté ¿qué pensarían esas personas sobre recordar un pasado como el mío? Supongo que tal vez preguntarían ¿fuiste feliz?, y ahí entraríamos a filosofar sobre si la felicidad existe y en qué consiste.  

Diría sin temor a equivocarme que hubo momentos de enorme satisfacción, de alegría, y también tristes o dolorosos; un surtidito enriquecedor tanto mental como espiritualmente. Y justamente por eso creo que merece ser revivido; porque me dice no sólo quién fui, sino también quién soy.  

Recordarlo, es recordar mi origen, mi verdadero ser, más allá de las circunstancias o problemas que pudiera tener en mi hoy…, o justamente por eso, porque el ayer me hace fuerte, indestructible…, y se transforma en una poderosa energía revitalizadora para vivir el hoy y el mañana.  

Por Jorge Parissi

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