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Hijo, ¡te estoy hablando!

Veo, veo ¿qué ves?… a una mamá

Había una vez, si, así se cuenta, como los cuentos, así que no se extrañen porque así también comienzan las historias de la vida real. Una nena que jugaba con las muñecas a ser mamá.

Cambiaba pañales, daba mamaderas, chupetes y mecía hasta dormir el sueño de juguete en una cuna que columpiaba como si fuera de verdad. Hasta que la vida reclamó su atención en otra parte y en otras cosas y hasta la muñeca de trapo más querida fue a parar a un cajón.

Cambiada por un par de tacos en los que había que practicar para saber andar. La atención estaba concentrada en el vals de los quince, en la montaña de libros del secundario y en el vals del casamiento. Hasta que, vos sabes, ¿cómo explicarte?

Como cuando cantamos a trío los tres, sin importar si desafinamos o no, la canción de Vicentico en la que dice el amor de un padre por un hijo, madre, me permito adaptar libremente, no se puede comparar, es mucho más que todo, no si vos sabes…

Y para que ustedes sepan tengo que contarles. El indicio de sus vidas desde un test de embarazo me hizo saltar de alegría como hace mucho que no lo hacía. Hasta que un otro día algo empezó a revolotear en el vientre de la nena que alguna vez había jugado a ser mamá.

El primer indicio la embargó de una emoción desconocida hasta ese momento. La primera fotografía radiológica la embriagó des proporcionalmente más de emoción que de miedo. Mamá primeriza la empezaron a llamar todos. Desde la primera “eco” un corazón se mostró en primer plano.

Después me dejó ver una carita. Y unos labios chupándose el dedo. Y la obstetra dijo: la felicito señora es una nena. Y llegó el tiempo de aprender a pujar. Y vos me enseñaste porque vos querías nacer y te pusieron en mis brazos y mi pecho sintió tus latidos, esta vez del lado de afuera de mi piel.

Y tu manita regordeta se aferró de mi dedo meñique y a mí me aferraste más a la vida. Y supe, entonces, de una forma de felicidad plena. Y te hice upa, provechitos, te bañé.

Y jugué con vos. Y te mostré cocinitas de plástico. Y te levanté conmigo a la mañana, siempre bailando. Fue así que desde mis upa, aprendiste a bailar rock and roll, a saber de qué se trata la vida, entre papillas y canciones.

Hasta que llegó el jardín y la primera separación y no me acuerdo cuantas veces jugamos pero estar juntas también era un juego. Nos reíamos, le mostrábamos nuestra felicidad al mundo.

Te presenté un abuelo y dos abuelas. Eso también es parte del juego de la vida. Hasta que un buen día la vida y el espejo me mostraron una mujercita. Mi nena estaba creciendo. Y mientras eso sucedía otro aleteo, ahí donde está la panza nos anunciaba que venía un hermanito.

Te pusiste feliz, aprendiste a tocar la panza para poder hablar con él o ella y él o ella te contestaba. Al principio sutilmente, después más fuerte pero él te sentía y me sentía, sentía a la familia que iba a tener.

Hasta que la ecografía nos los confirmó, y “esa personita que se movía como jugando al fútbol: es tu hermano”, te dije. Porque la obstetra dijo: la felicito señora, es un varón.

 


 

Vuelta otra vez a escribir la historia de chupetes, mamaderas, pañales, papillas y chocolates. A presentarle el mundo a tu hermano.

Mientras desempolvábamos ambas las recetas aprendidas de memoria de los viejos juegos. Despabilábamos a las viejas canicas que nos mandaban metafóricamente hablando al “país del nunca jamás” para rescatar al peter pan de tu papá y a los niños perdidos y nuestra garganta reeditó el viejo grito: bangueran!!!

Y la nena que jugaba a las muñecas, emparchó triciclos y arregló rodillas con curitas y un beso sanador ahí donde dolía.

Y surfiló ojos de muñeca de trapo y pateó goles que un campeón chiquito atajó y visito calesitas y se subió y agarró de la mano a esa niña que fue y que en algún lugar todavía anda dando vueltas jugando con la soga y el elástico con los bebés y el biberón entonces mamá vuelve a recordar, que a pesar del fin de mes y de los balances de debe y haber y el tiempo que no alcanza hay que necesariamente hacer un hueco para ir a abrir la puerta e ir a jugar.

Porque la vida es un gran juego y aunque a veces haya que jugarlo con seriedad hay que saber cuando poner la sonrisa, la risa y la carcajada, aunque haya que preguntarle a Antón Pirulero, mientras atiende su juego: señor se me ha perdido una risa, una sonrisa y una carcajada, usted la tiene y él pedirá que Mambrú conteste antes de ir a la guerra: yo señor, no señor… porque las tendremos mis hijos y yo.

A pesar de mi pasado imperfecto de mi presente que a veces trastabilla y del futuro que aún no adiviné. Entremezclada con arena de plazas. Mareadas de vuelta de calesita cuyos caballos y carruajes de princesas no cesan de rodar y rodar y la sortija bailotea ante bracitos deseosos de agarrarla.

Hay una buena idea para celebrar este día del niño. Con o sin plata. Jugar, jugar, jugar y conjugar, jugando todos. Que la vida puede ser muy seria, pero es cosa más seria aún, olvidarse de jugar.

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