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Grafología emocional: cuando un escrito dice más allá del contenido que expresa

¡En cuántas dimensiones comunicamos cuando nos comunicamos! ¿No es fascinante recorrerlas, aprender sus códigos, comprenderlas? ¿No nos comprenderemos mejor a nosotros mismos y a quienes nos rodean?

Hay dos hechos que disfruto desde la adolescencia:

Uno es el placer que me produce abrir y oler un libro nuevo. Ese olorcito a tinta y  a papel recién impreso que anticipa la aventura exploratoria de recorrer más tarde, con la vista, aquel mundo interno, todavía vedado y por descubrir, de alguien más, que me abre las puertas de par en par de su alma.

Mi primer contacto con el libro es táctil y olfativo para luego ser enteramente visual.

Y el otro es el placer de tener enfrente y para mi propio deleite, una hoja de papel enteramente en blanco.

En cuyo caso, el disfrute no radica en explorar el mundo de otro, sino proyectar mi propia alma. Ir aventurando ideas que se van encadenando en frases.

Forma y contenido tejen una trama dinámica sobre el papel. Y entonces ese torbellino de sensaciones agolpadas dentro de mí se alinea para salir más ordenadamente. Escapa de la simultaneidad para organizarse en la sucesión de un relato.

El placer es doble cuando el acto de escribir produce esa catarsis redentora que me permite, en una lectura posterior, leerme a mí misma y entender un poco más, aquello que en la mente o en el corazón tendía a brotar sólo como una noción de algo, un impulso, una idea, casi un título con palabras desordenadas asociadas a esa idea.

Y no sólo leo el contenido. Leo también la forma. El dibujo de las letras algo más me dice sobre lo que el interior calla a mis oídos.

La velocidad de una frase que repentinamente frena su marcha y se detiene. La vacilación trémula ante una palabra que, entrecortada, plasma en el papel la emoción que me genera, y entonces sale más lenta, más movida, con algún cambio en su forma, más vertical que las otras.

Distinta, bañada por esa sensación particular que me abordó en el momento de escribirla.

Lectura y escritura: dos actos de comunicación pura

Pero, ¿qué más puede leerse cuando se recorre un escrito?

La lectura es pluridimensional y ofrece varias posibilidades: 

1- La lectura de lo denotado o manifiesto. Pura decodificación lineal del contenido más superficial de un escrito.

2- La lectura del connotado, o lectura entre líneas de sentidos transversales que surgen cuando leemos con mayor profundidad y detenimiento un escrito.

Captamos la ironía, por ejemplo. O el matiz de las adjetivaciones, que nos revelan la postura del escritor sobre el hecho que relata.

3- Y la decodificación grafológica de los rasgos plasmados en el papel. Aquello que escapa a la mera captación del contenido del texto y se detiene en los trazos de quien escribe, para captar su esencia, su sentir, su mundo interno.

Recuerdo una tarjeta de cumpleaños que mostró una vez una docente en una clase de grafología emocional. “Que tengas un feliz cumpleaños” decía.

Y la palabra “feliz” estaba escrita con letra más apretada, más tensa, angulosa. ¿Realmente era ése el deseo de quien escribía?

Intenten decir la palabra “feliz” lentamente, enfatizando cada sílaba, con voz tensa y notarán lo que quiero expresar: rabia. Como si se masticara la rabia en cada sílaba.

¡En cuántas dimensiones comunicamos cuando nos comunicamos! ¿No es fascinante recorrerlas, aprender sus códigos, comprenderlas? ¿No nos comprenderemos mejor a nosotros mismos y a quienes nos rodean?

Los invito a aventurarse en este recorrido detectivesco y fascinante que nos ofrece la grafología.

Por Claudia Gentile
Grafóloga Pública
http://www.grafosintesis.blogspot.com

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