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Fraude electoral

Una vieja práctica en los recuerdos de un Juez de Paz de la Provincia de Santa Fe.

El aspecto de la sexualidad que sí puede verse condicionada con el paso<br /> de los años es la genitalidad

 

Año
1926. A no ser por la acción dictatorial y prepotente del jefe de Policía, la
vida hubiera transcurrido apaciblemente en los distritos electorales
Sancristobalenses.

De vez en cuando la acción de Roncardi y sus sicarios se
traducía en persecuciones al opositor, vejámenes al vecindario, aplicación de
multas intimidatorias al comercio por parte de la Dirección de Rentas a todos lo que no compartían sus ideas, y molestias a la población
en general.

La oposición a la políticas departamental del jefe se hacía cada
vez más orgánica y sus actos atentatorios contra el vecindario arraigado, en
enardeció la lucha de oposición contra tal personaje, que debía -y esa era la
voz de orden- ser barrido del escenario político de la provincia, pudiéndose
lograrlo únicamente con su derrota comicial.

Pero
don Santiago no era hombre de dejarse empujar y organizó sus huestes en todos
los distritos, de modo tal, que el triunfo lo tenía en sus manos, ya con
antelación a la ulva electoral.

En cada circuito, a más de las autoridades partidarias contaba con dos hobres
claves, el Juez de Paz y el Comisario de Policía, con órdenes terminantes de
ganar elecciones a cualquier precio.

En
las circunscripciones electorales no muy pobladas, no existía problema alguno;
organizaba concentraciones y el electorado era conminado a concurrir a compartir
el asado y desde ahí cada vecino debía llegar al comicio acompañado por un
agente o por un matón de civil para evitar que el votante pudiese ser
conquistado en el camino con el consiguiente cambio de boleta.

En los distritos
poblados, las condiciones se modificaban, pues la oposición bien organizada
contaba hasta con armas para repeler, llegado el caso, las tropelías de
autoridades y políticos.

Después
del desgaste natural de las partes en la larga y bulliciosa campaña
proselitista, llegó por fin el día señalado para el trascendente acto
electoral; los comités estaban repletos de gente.

Los presidentes de mesa se
encargaron de ordenar sus documentos e instrucciones comiciales y los fiscales
con nutridos paquetes de boletas y padrones punteados esperaban ser respetados
en su cometido.

Las
escuelas y dependencias utilizadas para el acto electoral estaban listas, sus
cuartos oscuros preparados adecuadamente y en el preciso instante en que se
produjo la primer afluencia de votantes, se desato sobre la población una
lluvia torrencial que duro todo el día, anegó calles y caminos, los que se
pusieron intransitables, haciéndose virtualmente imposible la concurrencia al
sufragio.

El
plan del gobierno era lograr que votara por lo menos el ochenta y cinco por
ciento de los inscriptos, cosa que no se produjo por el diluvio desatado y
solamente alcanzó a sufragar el veinte por ciento de los ciudadanos
empadronados, perfilándose con ello un verdadero desastre para Roncardi, que
necesitaba apuntalar su triunfo en un elevado porcentaje de votantes.

En
lo mas álgido del chaparrón, casi a medio día, el Juez de Paz del circuito,
don Isaac Tesler, el caudillo mas ducho del departamento, pero a la vez ciego
servidor de don Santiago, me entrevisto con toda reserva para proponerme el
vuelco del padrón, de modo que el oficialismo llene dos sobres con sus
respectivas boletas y la oposición uno, que deberían por turno ser
introducidos en la urna y en esa forma no daríamos la sensación de un fracaso
electoral con el desprestigio -decía don Isaac- para los dos bandos en pugna.

Oponerme violentamente al plan propuesto, el juez de Paz me amenazó con hacerme detener el
volcar el solo los padrones, cosa que no sucedió, pues los amigos le
aconsejaron prudencia.

El
espectáculo electoral resulto un fracaso por la falta de concurrencia de
electores , se cerraron las urnas virtualmente vacías, llenándose todos los
recaudos para evitar su violación. Esas urnas una vez lacradas y selladas
fueron llevadas al correo, por empleados de la repartición.

A la mañana
siguiente tuvimos la sensación del triunfo de don Santiago, pues nuestras
sospechas de violación de las urnas fueron confirmadas y este acto se realizó
en la tranquilidad de la noche en el propio local del correo y las urnas
salieron para la Legislatura de Santa Fe, llenadas con boletas oficialistas y
acondicionados padrones y además documentación.

El posterior escrutinio revelo que voto el
noventa por ciento de los electores inscriptos en nuestro distrito y don
Santiago con sus sicarios festejaron estruendosamente el triunfo logrado en
elecciones libres y soberanas.

Pero
para felicidad de las generaciones futuras, estos episodios ya no se estilan; el
progreso de las instituciones ha barrido el fraude burdo, el vuelco organizado y
el escamoteo de una elección.

Personalidades como la de don Santiago ya no
cuentan, son historia pasada; se han cambiado los métodos y se utiliza formas
practicas, mas cómodas y hasta elegantes para copar los gobiernos del país y
de las provincias.

No
hay ninguna duda que hemos progresado y avanzado en materia de organización de
nuestras instituciones. Ahora solo resta, que don Santiago, si vive, u otro don
Santiago movilice a la muchachada o termine de una buena vez con la Constitución
del 53, que al fin y al cabo es menos importante -así lo piensan ellos- que un
cualquier programa revolucionario.

Por
Moisés Glombovsky

De
su libro “Treinta relatos anecdóticos”