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Feliz primavera, hija. Feliz día del estudiante

Ella ya le había burlado el derecho a la vida de festejar el 21 de septiembre, el día de la primavera; pero sabía que era un poco de prepo y contrabando, porque todavía no estaba en el secundario…

Donde los alumnos festejan, además, el día del estudiante.  Entonces, se conformaba con compartir con sus compañeros, para homenajear a la esperada estación de las flores, algunos chizitos, papas fritas, y otros comestibles, de estilo picada, junto con la irremplazable gaseosa, en los recreos y rezando que haya alguna hora libre que les permitiera celebrarlo como Dios mandaba, en el salón de su querido séptimo grado. 

Algunas maestras, que jamás olvidaron su adolescencia, les prestaban un ratito, haciendo de cuenta que la hora terminaba más temprano y así los dejaban con la ebullición de la algarabía propia de este mes que además de la voluptuosidad de las plantas y las flores, reparten alergia por todos lados. 

Y ella sabía que no tenía el mismo sabor que el festejo de los más grandes.  Los del secundario.  Pero los de su edad siempre se las arreglan para pasarla bien igual y que mejor excusa que esta parte del año. 

Ahora, que es una estudiante de la escuela media y cuando falta poco para que le llegue su turno, tiene una felicidad nueva en su rostro que la ilumina.  Los planes sabor a fogón. 

Aunque de él solo tienen la guitarra y todos sentados en coro alrededor y ningún fuego.  Pero el espíritu “fogonero” sobrevuela y sigue firme haciendo de cuenta que el fuego los anima aunque el festejo no sea de noche; porque si es sábado, seguro, me pide permiso para ir a la “matiné” y seguir con la pachanga. 

De este modo, perfumado con aire moderno, vuelve otro 21 de septiembre.  Vuelven a explotar los verdes, desalojando todo los ocres y marrones, en los árboles. 

Los puestos de venta de flores explotan rebosantes de rozagantes colores.  Grita exultante el amarillo de las margaritas, llama a la pasión el rojo de los claveles, las rosas se esmeran para bailar mejor la danza de la vida, el color esperanza de las hojas se abrillantan más para estar al tono y las aves ensayan una vez más su mejor trino. 

Y más de uno o una deambulará con un ramito en la mano.  De un novio a la novia, de una hija a su madre, para alguna madrina, para alguna abuela, para una amiga, porque son inseparables las flores y las mujeres. 

Y otra estación que pasa me demuestra que ahora le toca a ella.  Ahora es mi adolescente que intenta treparse a mis tacos, a ver si puede, para estar más linda para la ocasión, de sumarse ella también a este, mágico, renacer que provoca esta maravillosa época. 

Ahora es, la que era mi nena, la que me arrebata el rubor, para disimular el acné que su edad le impone.  Y me pide consejo para ver que sombra le puede iluminar los ojos y le explico con paciencia, que ninguna puede hacer juego con el brillo propio con que la vida le bautiza la mirada de señorita. 

Pero no hay caso, ella quiere estar a tono con el renacer particular de esta altura del año.  Y yo sé, que está más a tono que nunca, porque está creciendo, está brotando a todo fulgor. 

Entonces, ahora le toca ella, como me tocó alguna vez a mí, sentir y vibrar la emoción de la más linda de las previas, la ansiosa espera del día de la primavera y festejar, su primer día del estudiante. 

Aquí estoy hija para enseñarte que a la alegría de las cosas grandes y pequeñas hay que defenderla a capa y espada.  Y cierro los ojos y compruebo a base de experiencia, la mística frase que alguien dijo alguna vez: hay un tiempo para todo: “un tiempo para plantar, un tiempo para germinar y un tiempo para cosechar”. 

Así que en esta primavera veo el batir de tus alas, querida, revoloteando en vuelos bajos de carreteo.  Como los pichones que aún no están listos para salir del nido. 

Y mientras tanto lo más amorosamente que puedo te acompaño, mientras tus ojos me hacen acordar a los míos cuando me preparaba para festejar el 21 de septiembre, el día de la primavera y el día del estudiante.  Pero hoy, hoy, te toca a vos, mi querida mujercita, mi hija.

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