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¿Es seria la dieta de los grupos sanguíneos?

Lo último de lo último en dietas son las que se basan en el grupo sanguíneo para determinar qué alimentos pueden ser consumidos y cuáles no. Pero, ¿cuánto de cierto hay en ellas?

Primer postulado: la lectina 

La primer parte de la teoría nos habla de la lectina y de la forma en que el organismo la procesa.

La lectina tiene una forma particular de aglutinar otras moléculas a su alrededor. La particularidad es que estas moléculas que aglutinan suelen tener la capacidad de crear problemas de salud en los seres humanos, tanto problemas leves como algunos de bastante importancia.

Algunas, inclusive, contienen toxinas potencialmente mortales para cualquier ser humano. Esto no es, seguramente, una idea que nos resulte muy agradable, pues los alimentos que consumimos suelen tener lectinas.  

Bien, en el libro sobre la dieta por grupo sanguíneo, el autor explicita que ciertas lectinas aglutinan células en el grupo sanguíneo del que se esta hablando, de la forma que se ve bajo un microscopio, en una investigación dentro de un ambiente controlado como es un laboratorio (estudio in vitro).
Ahora bien, partiendo de eso, se asume directamente, con poca lógica científica, que el mismo tipo de aglutinación sucede dentro del cuerpo del ser humano, en el torrente sanguíneo, sin diferencias causadas por el ambiente. 
 

Y esto lleva a la idea de que, si no seleccionamos correctamente el tipo de comida dependiendo de los componentes de nuestra sangre y tomando en cuenta su reacción ante las lectinas, inevitablemente caeremos enfermos por efecto de estas moléculas aglutinadas dañinas para el ser humano. 

Ahora bien, llevar los resultados de un análisis de laboratorio (in vitro) directamente a la categoría de teoría con “aval” científico, asumiendo que dentro del ambiente que es el ser humano (in vivo) los resultados serán exactamente los mismos siempre ha sido una situación sujeta a discusión y controversia.  

Además de que la misma realidad nos muestra que cuando cambiamos el método empleado para el análisis, aunque sea un poco, los resultados empiezan a cambiar. Por lo tanto, fácilmente podemos suponer qué tan discutible es la idea que se ha expresado como una conexión directa en el libro al que hacemos referencia. 

El intestino es un ambiente particular, con el efecto de muchas sustancias y procesos trabajando sobre él, por lo que es obvio que no se parece en nada a un tubo de ensayo en un laboratorio.  

Todo lo que consumimos, todo lo que introducimos en nuestro organismo, altera la forma en que éste trabaja, para bien o para mal. La mayor parte de estos cambios están naturalmente desarrollados y son habituales en nuestra vida, por lo que ni sentimos sus efectos.  

Por ejemplo, el ayunar altera la composición morfológica misma del intestino.

Y cada comida que tomamos y la forma en que la combinamos altera, aunque sea levemente, la forma en que los nutrientes cumplen su función. 

Esto significa cambios en tejidos, enzimas, absorción, distribución y transporte a lo largo del tracto intestinal, que no son, de ninguna forma, reproducidos en esa investigación en laboratorio de la que hablábamos antes. 

Se suele decir que la naturaleza es sabia. Para ser más exactos, la evolución lo es y toma en cuenta todo para asegurar la supervivencia del organismo. ¿A que nos referimos?

Bien, el cuerpo del ser humano genera, naturalmente, anticuerpos para esas lectinas que pudieran generar aglutinaciones dañinas, anticuerpos que no detienen la aglutinación propiamente dicha, sino que nos permiten soportarla sin problemas, siendo una parte importante del amplio arsenal de protecciones del que disponemos. 

Por lo tanto, cuando una aglutinación potencialmente peligrosa en el sistema digestivo ocurre, un ejercito de anticuerpos la ataca, protegiéndonos. Y esto, por supuesto, tampoco ocurre en el tubo de ensayo.

No se puede cuantificar ni observar esta reacción propia del ser humano en un laboratorio, con lo cual los estudios en este aspecto se vuelven incompletos y carentes de un componente vital. Es tan simple como eso.  

El desconocimiento de la protección que brindan estos anticuerpos lleva, erróneamente, a suponer que los problemas que las lectinas puedan causar son inevitables.

Por lo tanto esto vuelve a este postulado un tanto inútil o tal vez no inútil, pero si errada conceptualmente.  

El impacto dañino de alimentos como la soja, el maní y el trigo es sobreestimado, porque dejamos de lado una serie de modificadores que reducen el daño considerablemente. La observación de la aglutinación en el laboratorio y las conclusiones que de esto se desprenden son un  camino fácil hacia un error teórico importante.  

Segundo postulado: los antígenos 

El intestino esta lleno de bacterias y de secreciones mucosas, las cuales son la mayor fuente de antígenos en el cuerpo (aparte de las células rojas de la sangre). Los antígenos son sustancias, en general de origen proteico, que inducen la formación de anticuerpos.  

El segundo postulado de la teoría de las dietas por grupo sanguíneo se refiere justamente a los efectos que tiene la comida sobre cada grupo sanguíneo, y, en especial, a como se relacionan y reaccionan con respecto a las bacterias intestinales y los antígenos. 

La hipótesis que al respecto elabora la teoría de la dieta por grupo sanguíneo es que los análisis de orina indican que la entrada al organismo de un carcinógeno entrando al sistema de alguien que es sensible a ellos multiplica por noventa sus efectos. Pero no hay evidencia sustancial que permita afirmar que ese dicho es verdadero.  

Y si hay evidencia de que ciertas enzimas que se segregan como reacción frente al estimulo de la entrada de ciertas lectinas tienen como efecto la reparación de los daños causados por estas y otras lectinas, al punto de poderse afirmar que, pese a sus efectos negativos, estas lectinas en realidad tendrían el potencial para acabar con ciertos problemas a nivel intestinal. Pese a eso, se dice que su consumo esta “mal”. Realmente discutible. 

Tercer postulado: los jugos digestivos 

El tercer postulado se refiere directamente a las diferencias en las secreciones, en relación con los jugos digestivos (enzimas y ácidos), entre los diferentes tipos de sangre. 

Para esto, se realizan algunas afirmaciones que son, al menos, un tanto temerarias, por ser, en más de un caso, simples inducciones, no reales deducciones de acuerdo al método científico. Por ejemplo, se induce que el tipo cero de sangre tiene niveles mal altos de acidez en el estomago.

¿A partir de que se induce esto? A partir del dato (real y empírico, pero incompleto) de que la gente con este grupo sanguíneo suele tener una mayor tendencia a sufrir ulceras en el duodeno.

Este dato es real, pero para completarlo, deberíamos agregar que no todas las personas con sangre cero producen mayores niveles de ácidos estomacales. En realidad, si bien muchos si lo hacen, un porcentaje considerable no lo hace. Y aun más, algunos (pocos, pero no por eso menos importante para la investigación) producen menos.

Y es, por supuesto, una simplificación del problema afirmar que los pacientes con sangre de tipo cero tienen ulceras en el duodeno por tener un mayor nivel de ácidos en el estomago.

La ulcera péptica en el duodeno no tiene porque coincidir necesariamente con un exceso de ácido, amen de que la localización especifica no puede ser explicado simplemente con esta teoría.

Lo seguro es que algo más esta complicando la situación y el veredicto de la investigación debería ser, cuando menos, un poco más completo.

Por lo tanto, aquí encontramos un error teórico más, además de los que ya habíamos marcado.

Vamos un poco más allá. En la primer versión de estas dietas se afirmaba que los pacientes con sangre cero se enfrentaban mucho mejor con alimentos de origen animal y ricos en proteínas, por ser estos alimentos que requieren un mayor nivel de ácidos para ser correctamente procesado. Tengamos en cuenta esto.

¿Adónde apuntamos con estos datos? Pues a que la dieta por grupo sanguíneo en el caso de los pacientes con sangre del tipo cero esta pensada y preparada para sujetos con un nivel de producción de ácidos estomacales que son superiores a la media.

Pero, como hemos dicho, esto no es el caso de absolutamente toda la gente con tipo cero, lo cual vuelve bastante inútil (además de simplista e irresponsable) la preparación de la misma. Por lo tanto, si no tenemos altos niveles de ácidos, el régimen para el tipo cero no nos servirá en demasía, ni siquiera dentro de esta misma teoría.

El libro, además, afirma en una de sus paginas que el tipo cero de sangre puede digerir más efectivamente carnes que otros tipos de sangre, ya que tiende a tener una mayor concentración de ácidos digestivos.

Ahora bien, el encargado de la digestión de proteínas no es el ácido estomacal, sino que es la pepsina. El ácido hidroclórico es necesario para activar la pepsina, pasándola de su estado inactivo (pepsinogeno) a su estado de trabajo, pero aun así es la pepsina quien se encarga de la digestión, no los ácidos.

Pero, ¿mayores niveles de ácido aseguran un mejor funcionamiento de la pepsina?

No. Tan simple como eso. El pH correcto para el mejor funcionamiento de la pepsina es de 2.0. Cuando baja de ese nivel, y especialmente cuando llega a los niveles bajos relacionados directamente con la hipersecreción de ácidos estomacales, la pepsina va perdiendo su habilidad como sustancia digestiva, bajando cada vez más su performance, a medida que se vuelve más bajo el nivel del PH.

Por lo tanto, la idea de una alimentación ideada sobre la base de la idea de que toda persona que tiene sangre cero es una hiperproductora de ácidos estomacales puede volverse dañina, ya que promueve el consumo alto e indiscriminado de proteínas y grasas animales.

Cuarto postulado: las enzimas 

Vayamos a otro aspecto más de esta parte de la teoría, también interesante de analizar en detenimiento.

Dos de los tipos de sangre, el cero y el B producen cantidad de una enzima llamada fosfato alcalino intestinal, mientras que los otros dos tipos de sangre no la producen en ninguna cantidad. Esta parte de la teoría se refiere directamente a esta diferencia.

En el libro de la dieta se afirma que esta enzima tiene como función primaria separar el colesterol y partir cadenas de grasa muy largas, partiendo lo que se llama colesterol dietario, según palabras del propio autor. Como única función. Esto no es cierto.

Desde hace años que se intenta encontrar la función básica de esta enzima. Se la ha relacionado con la absorción de lípidos y con la de calcio. Pero estudios recientes han demostrado que sus niveles aumentan con la entrada al organismo de vitamina D, junto con un aumento significativo en el transporte de calcio. Además, cumple otras funciones como colaborar en la hidrólisis y en el transporte de riboflavina.

Como mínimo, y sin entrar en un desarrollo extenso de sus funciones, y teniendo en cuenta que probablemente no conocemos todas ella y que esta enzima es un tanto misteriosa; lo cierto es que podemos afirmar que sus funciones parecen ir bastante más allá de simplemente romper cadenas de grasas y separar el colesterol.

Por lo tanto, una dieta que solo tenga en cuenta este aspecto esta dejando de lado otros tal vez más importantes, y puede tener un efecto adverso en la salud del paciente, por ignorar otros efectos que el consumo excesivo de ciertas sustancias pueda tener.

En fin, que si tenemos en cuenta esta teoría, estos tipos de sangre podrían terminar consumiendo un exceso de proteínas animales, con los consiguientes problemas de colesterol que esto seguramente terminaría acarreándoles. 

Conclusión 

Bien, creo que después de este análisis no queda mucho por decir, más allá de afirmar que las dietas por grupo sanguíneo no tienen una base teórica sólida, sino que se basan en varios supuestos erróneos y parecen ser producto de una investigación, como mínimo, incompleta.

Más allá de los efectos que puedan tener, no deberíamos considerarlas sin pensar, al menos, dos veces en lo que estamos haciendo.

En definitiva, las dietas por grupo sanguíneo no son el camino ideal que prometen y probablemente deberíamos evitarlas. 

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