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El espejo. Un cuento para reflexionar

Una reflexión sobre los efectos del dinero en los más rectos de los hombres.

En
una pequeña ciudad vivía un hombre –Rab Abraham- muy piadoso y recto. Abraham no
se contaba entre los adinerados del lugar, todo lo contrario, era extremadamente
pobre, pero a pesar de ello, acostumbraba compartir su modesto pan y repartirlo
entre los pobres; todos encontraban las puertas de Rab Abraham abiertas para
satisfacer el hambre y su sed.

En cierta oportunidad llegó a su casa un ilustre
visitante, que era su rabino, Rab leshaiahu, conocido en la comarca por su
sabiduría y bondad.

El visitante se percató de inmediato de la gran
hospitalidad de Reb Abraham quien llegaba a disminuir la alimentación de su
familia para cumplir con el precepto antes citado. Por este motivo no se fue de
la casa hasta que no hubo bendecido a Rab Abraham para que tuviera la ayuda
divina en toda empresa a la que se abocara.


No pasaron muchos meses, hasta que se cumplieron las bendiciones de Rab
leshaiahu; los negocios de Rab Abraham prosperaron increíblemente y llegó a la
categoría de los hombres mas ricos.

Desde ese momento no encontró Rab Abraham
tiempo libre para ocuparse de los pobres de su ciudad por la forma en que lo
absorbían sus negocios, y por supuesto tampoco podía ocuparse de los demás
pobres provenientes de distantes lugares que venían a su casa (pues hasta ese
entonces su fama de generoso había traspasado los límites de su ciudad).

A
pesar de esto no se puede decir que había abandonado por completo su bondadosa
costumbre, ya que tenía a uno de sus sirvientes encargado de ocuparse de los
pobres, y hasta de vez en cuando enviaba grandes sumas de dinero destinadas a
las clases más necesitadas; pero esto ya no era de todo corazón sino sin dada la
menor importancia, hasta el punto que los pobres se apartaban de las puertas del
nuevo rico.

Y comentaban: ‘Desde el tiempo que fue bendecido con la riqueza es
otra persona, antes era muy bondadoso”.


Ocurrió que cuando Rav leshaiahu estaba encargado de recolectar
fondos, envió a una persona solicitar su contribución a Rab Abraham, pero como
estaba muy ocupado, lo atendió uno de sus sirvientes, quien ni le permitió pasar
a conversar con su patrón.

Al enterarse de esto, Rab leshaiahu se entristeció mucho y dijo: “Quizás la
bendición se transformó en maldición”. Prácticamente no demoró ni un instante y
partió hacia la casa de Rab Abraham para solucionar la situación. Por
intermedio de su ayudante, el Rab mandó avisar a Rab Abraham que deseaba verlo.

Rab leshaiahu fue recibido por su alumno con mucha calidez y honor. Al entrar
en el salón principal de la mansión con una profunda mirada advirtió la
magnificencia que lo rodeaba; sin embargo al momento se entristeció mucho, pues
en ocasiones anteriores al visitarlo siempre había encontrado su casa llena de
necesitados y en cambio en esta oportunidad estaba totalmente vacía.

De repente
el Rab se encaminó hacia la ventana y mirando a la calle le preguntó a su alumno
quién era la persona que pasaba con su hacha. Le contestó que era un leñador y
que iba al bosque a trabajar.

Luego el Rab hizo lo propio con otros vecinos de
su alumno y este le respondía visiblemente sorprendido. Acto seguido el Rab se
apartó de la ventana y caminó por la habitación hasta que al final se situó
frente a un espejo.


-Por favor, acércate, le dijo a Rab Abraham, mira por el espejo.


-¿A quién ves? prosiguió el Rab, a lo que su alumno le respondió, “lógicamente
que a mi mismo”, muy sorprendido por preguntas tan simples.


El Rab siguió inquiriendo de qué material estaban hechos los dos objetos a
través de los cuales le había hecho observar, a lo que respondió Rab Abraham
-cada vez más sorprendido y confundido- que ambos estaban hechos de vidrio. Por
último el Rab añadió una pregunta más: “Pues entonces, ¿por qué a través del
vidrio de la ventana ves a las demás personas, en cambio por el espejo sólo
puedes ver tu propia imagen?”


El motivo está claro -contestó Rab Abraham- porque el vidrio de la ventana es
transparente, sin nada entre medio, en cambio el vidrio del espejo tiene dentro
una capa de plata, por eso pude ver mi propia imagen.


Todo esto es muy lógico -dijo el Rab-, cuando el vidrio está puro, sin plata
de por medio, se puede apreciar a los demás, en cambio cuando el vidrio está
impregnado de plata, sólo se puede apreciar la imagen de uno mismo.


Lágrimas afloraron en los ojos de Rab Abraham; había comprendido las palabras de
su maestro, y supo que en un tiempo se asemejaba a un vidrio traslúcido, a
través del cual se interesaba por sus semejantes, pero ahora, en cambio se había
convertido en una persona que sólo se veía a sí misma.


El arrepentimiento surgió de Rab Abraham, quien decidió que desde ese momento se
ocuparía personalmente de cada necesitado, como en los primeros tiempos. Al día
siguiente organizó una fiesta, invitó a sus amigos y compañeros y les contó lo
que había sucedido.


Rab Abrabam retiró del espejo parte de la plata que había en su interior para
que quedara como recuerdo imperecedero, y a todo aquel que le preguntara el
motivo de su proceder le contaría de qué forma lo había ayudado el espejo para
volver a la buena senda.