LOS QUE CONDENARON INJUSTAMENTE A CRISTO
> Por: FEGUHER
> 15:31 Hs, Lunes, 24 de Noviembre 2003
Dices que “Cristo fue juzgado por un tribunal romano porque lo consideraban un subversivo que atacaba las leyes de Roma y amenazaba la seguridad del poderoso Imperio al declararse ser el hijo de Dios. El juez romano, Poncio Pilatos, lo condena por eso a morir en la cruz. ... Por esa razón su muerte no se puede achacar a los judíos de los que era parte, sino a los romanos que sólo creían en sus dioses paganos y veían una amenaza en Jesús con su prédica de amor y humildad.” Aquí nuevamente tienes imprecisiones. Primera imprecisión: No sé en qué te basas para decir que hubo un tribunal romano. No hubo ningún tribunal romano. Cristo no gozó de ningún amparo legal, ni siquiera de una mínima formalidad jurídica. Segunda imprecisión: Puede ser que los romanos, después de todo el periplo de escarnios a que Cristo fue sometido, tuvieran el temor de que fuera a soliviantar a la gente y causar alguna subversión. Tenían precedentes para temerlo porque, por aquella época, ya habían tenido dificultades con algunos sublevados, ladrones (Barrabás) y otros, y ahora veían que los judíos (sanedrín, escribas, fariseos, gente en general) estaban muy inquietos por causa de Cristo. Pero al ver que Cristo era una persona pacífica que no contradecía la autoridad de los invasores, prefirieron verlo como un “loco”. Por eso pusieron sobre la cruz el cartel que ridiculizaba a Cristo y que les servía de pretexto para justificar el crimen: “Rey de los judíos”, como si Cristo hubiera pretendido ser rey de sus compatriotas, pero un rey tonto que ni siquiera armas tenía o que valía menos que un ladrón. Sin embargo, como supongo que te basas, igual que yo, en la única fuente que tenemos que son los relatos de los evangelistas, no sé en qué relato has encontrado que Cristo muriera por la causa que tú dices. La verdad es que a los romanos les importaba un bledo que Cristo predicara a Yahvé como único Dios, etc. No fueron los romanos los que traicionaron ni secuestraron a Cristo; y Pilatos dijo que no había encontrado ninguna culpa en él. Cristo decía simplemente que él era el Hijo de Dios y arrastraba a mucha gente tras él porque realizaba y decía cosas extraordinarias. Fueron las autoridades judías las que planearon todo y le echaron culpas que no había cometido, porque se imaginaron que Cristo, afirmando que era Hijo de Dios, subvertía las bases de la fe judía, y, arrastrando a tanta gente tras él, les iban a causar problemas de autoridad, de normalidad pública y de credibilidad. Para condenarlo tenían que haber demostrado que lo que él decía (que era el Hijo de Dios, que resucitaría, etc.) era falso, o que su comportamiento era violento, ilegal o dañino. Pero si él realmente era el Hijo de Dios, simplemente se limitaba a decir lo que era y a comportarse omo tal, ejemplarmente. El Nuevo Testamento da testimonio de que en su muerte participaron Pilatos, el sanedrín, distintos grupos (zelotas, escribas, fariseos,...), el sumo sacerdote, la gente del pueblo. Entre todos lo condenaron, lo escarnecieron y lo entregaron a los soldados romanos que físicamente ejecutaron la injusta sentencia y custodiaron su cadáver. Juan lo dijo claramente: “los suyos no lo recibieron”. Ahora bien, este hecho no tiene que servir a nadie como pretexto para incordiar o perseguir a ningún judío de ninguna época, así como, salvadas las distancias, no se puede pedir cuentas a los ingleses contemporáneos de lo que hicieron sus antepasados con los indios de América del Norte. En este sentido, el perdón que ha pedido la Iglesia Católica por lo que hicieron algunos de sus miembros en la Inquisición y en otros momentos históricos, es un acto digno de imitación cuando ya no se puede volver atrás para reparar el daño cometido. Sin embargo sería ingenuo pensar que en aquel lamentable “odio a los judíos” que se desató en ciertos momentos de la historia no han tenido nada que ver causas ideológicas, económicas, políticas y sociales, ajenas o paralelas a las religiosas, sin olvidar tampoco la propia manera de actuar de ciertos judíos.



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