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¡Chicos, a dormir!

Todo padre tiene diferentes problemas con la crianza de sus hijos, pero existe uno por el que todos han atravesado: lograr que los chicos dejen de negarse a ir a la cama y logren dormirse

Se podría realizar una
larga lista de todas las excusas que ponen los chicos para negarse a ir a
dormir, desde las más banales hasta las más delicadas, como por ejemplo sus
miedos a los temibles monstruos que podrían llegar a imaginar acechando sus
dormitorios. ¿Cómo enfrentar, entonces, este problema? ¿Cómo saber cuando la
excusa es legítima y cuando es un truco para quedarse un tiempo más despiertos?
¿Prestarles demasiada atención a sus miedos… ¿No sería sobreprotegerlos, y
retardar su crecimiento emocional?

 

En primer lugar, es
fundamental tener un horario fijo en el que los chicos se vayan a acostar. Los
tiempo para ir a la cama normalmente varían, pero una pauta para seguir es, en
las edades de cinco a ocho años, cerca de las 20, y en las edades de nueve a
doce años, cerca de las 21. Estos horarios proveen a sus hijos de todo el tiempo
que necesitan (mínimo ocho horas) de sueño antes de levantarse para ir a la
escuela.

 Se necesita establecer
una rutina con estos horarios y respetarla con la mayor fidelidad posible. Si
los chicos se acostumbran a dormir a una misma hora, su reloj biológico los
impulsará en el mediano plazo a tomar la cama en ese momento, pues sentirán un
gran sueño.

 Además, podrían
establecer su “agenda” conscientes de las horas con las que cuentan, por lo que
harán sus tareas, juegos, o llamadas telefónicas antes de ese horario. Déles un
baño caliente y permítales también que tengan un tiempo para jugar, lo que les
ayudará a calmarse y quemar energías. Luego, las buenas noches, y un abrazo a
toda la familia.

 Cuando entre con su hijo
al cuarto de este, encienda solamente una lámpara, y no la luz principal. De
esta manera, el chico ser irá acostumbrado a la semi-oscuridad. Si le piden que
se quede, cuénteles un breve cuento, pero tenga cuidado con el que elige. Opte
por una historia calma, relajada, lenta, antes que algo de aventureros, o muy
excitante. Después del cuento, si su hijo le manifiesta miedo, de vuelta la
lámpara (o, si tiene a posibilidad, déle menos intensidad a la luz principal)
pero no lo deje a oscuras. Una pequeña luz podrá ayudarlo a calmarse, y no le
interrumpirá el sueño. De hecho, tener ese halo de luz podría ser para ellos un
mundo de diferencia.


 
Nunca cierre
completamente la puerta del dormitorio de un niño que manifieste miedo, pues
ello les dará una sensación aislada y aumentará sus miedos. Si debe cerrarla,
trate igualmente de no hacerlo con el picaporte, de modo que quede una fina
línea de apertura.  

Si el principal problema
de su pequeño hijo son el miedo a los monstruos, pruebe con  esta simple
solución: Tome una botella, llénela de agua, y agregue algunas gotas de
colorante. Dígale que los monstruos no existen, pero que, por las dudas, le van
a dejar para tomar esta rica bebida, por si tienen sed. Su hijo no solo pensará
que los monstruos son inofensivos (y amigables) sino que, al ver la botella
llena por la mañana, se convencerán de que ellos nunca vienen.


 
Recuerde siempre que los
miedos que su hijo pueda tener, por más tontos que parezcan, son verdaderos para
ellos. Por lo tanto, no minimice sus temores, y déles el espacio y la paciencia
necesaria para que ellos hablen con comodidad de sus temores. Tal vez solo
necesiten expresarlos, para darse cuenta por sí mismos de que son bastante
infundados…