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Batallas en Lublín

La vida no era fácil en la Polonia de hace ochenta años.

La moda que trasciende los límites generacionales ha llegadoPor favor


Cuando
volví al trabajo el lunes, a medida que iban entrando mis compañeros de
trabajo me abrazaron y besaron (algunos ya tenían hijos de mi edad).

Otra
gran sorpresa me la dio el patrón, quien me llamó a su oficina y me presentó a una señora que estaba con un chico más o menos de mi
edad. “De hoy en adelante”, me dijo, “este chico se dedicará a la
limpieza y vos trabajarás en el mostrador, controlando todo antes de entregar
los pedidos”.

Me
quedé asombrado, sin saber qué contestar. Cuando entré al negocio, todos me
felicitaron y me ofrecieron su ayuda.

A
partir de ahí me dediqué de lleno al trabajo. A fin de mes, el patrón me había
aumentado el sueldo a 50 zlotys, una suma importante para entonces. Se pueden
imaginar la alegría de mi familia cuando regresé a mi casa.

En
la escuela también me dediqué mucho porque se acercaban los exámenes, el patrón
me dio dos o tres días de permiso para dedicarme a estudiar.

Me
fue bien y pasé a tercer año, más pesado porque se agregaba teneduría de
libros, pero mi patrón me ofreció su ayuda porque él sabía del tema.

Ese
mismo año cumplí los trece e hice mi bar mitzva en el shil (sinagoga), no hubo
ninguna fiesta y el mejor regalo fue un aumento de sueldo que me dio mi patrón.
Así pude festejar comprándome un nuevo par de zapatos, pues los míos ya no
daban más.

También
comencé a concurrir a conferencias que se daban en el centro jalutziano y a
recibir literatura y algunos folletos publicados por la organización.

Así
pasé cuarto y quinto año, sin mayores sobresaltos en la escuela porque los
profesores ya me conocían y yo pude sobreponerme mejor a mi timidez.

Mientras
tanto el antisemitismo avanzaba cada día más, la vida judía se hacia cada vez
más difícil e insegura. Los atropellos a plena luz del día eran tolerados por
la policía, por lo que la única respuesta posible fue la formación de grupos
de autodefensa.

Yo
tuve mis propios encuentros con los antisemitas. Una vez iba por un parque con
uno de mis hermanos más chicos y nos salieron al cruce un grupo de muchachones.
Yo salí a defender a mi hermano, y desde entonces tengo como recuerdo una
cicatriz de una cuchillada en la espalda.

En
otra ocasión, vino a jugar a nuestra ciudad un partido de fútbol un famoso
club judío de Viena. A la salida del partido, que había ganado el equipo judío,
se armó una batalla campal en donde volaban una especie de flechas de latón.
Una de ellas me dejó una marca al lado de la nariz, que se nota hasta el día
de hoy, casi 80 más tarde.

Estos
choques, con bandas de juliganes enviadas por provocadores era, cosa de todos
los días. La policía sólo intervenía cuando veían que los judíos llevaban
ventaja. Como siempre, la culpa de todo la tenían los judíos.