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Bailando por un busto

SIN TETAS NO HAY PARAISO. Así es el nombre de un muy famoso programa televisivo. Tal vez sea un título taquillero, pero sonaría exagerado si no fuera por esta moda  vernácula e incipiente de rifar cirugías mamarias entre las asistentes a las confiterías bailables…

La idea, según parece,  surgió en dos discotecas del interior del país, bajo el slogan publicitario: “Quiero Mis Lolas”, frase que en otras provincias fue modificada por “Bailando Por Mis Gomas”, y que consiste en que las chicas, por el solo hecho de abonar la tarjeta de entrada al boliche,  adquieren el derecho a participar en el sorteo de  una mastoplastía aumentativa.

La metodología (dada esa vocación de varios compatriotas por ganar la plata fácil) se propagó como la peste por distintos rincones de la nación. Hay, incluso, un candidato a diputado que financia su campaña regenteando semejante emprendimiento.

De paso, ustedes ya habrán notado que no sortean enciclopedias, las obras de Borges, la serie policial Numbers completa, o un cuadro de El Bosco.

En fin, seguramente las autoridades, más temprano que tarde, prohibirán esta tómbola de operaciones quirúrgicas.

Lo que no van a poder aplacar es el insensato anhelo de muchas minas por exhibir “delanteras”  prominentes y  abundantes, sobre el cual sería interesante reflexionar, aunque lo que aquí se exprese no sirva para evitar ni la más pequeña de estas intervenciones.

El dilema es sencillo: estas señoritas que van a danzar por un busto sobresaliente, llevan en su mente el interrogante por lo femenino. La pregunta constante que les roe el cerebro es: ¿qué es ser una mujer?.

Pero como temen no hallar una respuesta (y tal vez no la haya) no despliegan la pregunta, y en cambio se responden anticipadamente pero “desde el lado hombre”. Es decir, se contestan, apenas, qué es una mujer deseable para el varón.

Y como la mirada del macho humano degrada la imagen femenina, la parcializa, la vuelve objeto, (para no verlas como a mamá), ellas terminan usando el mismo espejo para visualizarse. 

En síntesis, ser una mujer será entonces poseer pechos grandes, cola paradita, voz suave y llorar un poco en la primera cita. Ser mujer es ser deseada por los tipos,… o nada.

Por eso, no es extraño que una publicidad de cremas para suavizar la piel de las muchachas sea interpretada por Facundo Arana, que la recomienda indirectamente porque a él, le gusta la piel de la mujer.

Y es aquí donde podemos descubrir un villano. Si, así como en los años sesenta y setenta la culpa de todo la tenían nuestros padres, hoy la responsabilidad se la achacamos a la televisión.

Y con razón.

La tele, con sus reiterados estereotipos y representaciones sociales de belleza, no vende solo productos, vende desvalores.

Retroalimenta esta imagen de la mujer objeto, una Eva simbólica contorneándose siempre sensual  alrededor de un caño, tan cerca de la fascinación, y  a la vez, tan lejos de la libertad humana.

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